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Mikel Aboitiz 

Un mes tardé en erradicar la población de saltamontes de la cocina. Llamadas al casero, su incredulidad, pegas. Finalmente, recurriendo a un abogado, un exterminador pasó por casa. Mantengo un fuego cruzado de cartas con membretes jurídicos con mi arrendador. Porque a las cucarachas le siguieron los ratones. Me despierto por las noches con visiones de lluvias de fuego y granizo, moscas, plagas bíblicas y requerimientos judiciales. He dejado el café. Ahora mi vida gira en torno a médicos cargantes y abogados solícitos. Me siento vulnerable, fuera de mí. Ayer, al abrir el colacao del desayuno, hallé un pelo de bigote de conejo. Hoy he dado con su rastro. Una abertura en el suelo del salón me abre la oportunidad de encontrar su madriguera. Si me empleo a fondo, el túnel pronto estará listo (soy ingeniero de caminos). Mientras excavo, solo temo una cosa: toparme con un bufete de abogados.

 

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