XVI Concurso de Microrrelatos sobre Abogados

Ganador del Mes

Imagen de perfilDos caras, una misma tragedia

Emilio Mahugo Serrano 

Como abogado era infalible, una máquina perfectamente engrasada dispuesto a empezar mil veces hasta certificar el objetivo, desistir era un verbo que jamás conjugaba. No había caso, juez, informe, acta que resistiera su contumaz insistencia. También era generoso, siempre prestaba amparo a los que no podían pagar. En privado era una persona diferente. Callado, ocultando su timidez tras una tosecilla o un estornudo oportuno. En una ajada carpeta guardaba varias fotografías: un pueblo costero, una mujer con un niño en brazos, un grupo de hombres de mar. No olvidaba, aún le conmovía, el esfuerzo de su madre por intentar sacarle de unas aguas que los engullía. Después de tanto sufrimiento iban a perecer viendo las luces de colores de una feria en un horizonte inalcanzable. El rescate de los pescadores llegó a tiempo tan solo para unos cuantos, por desgracia para su madre el mar sería una tumba infinita.

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El más votado por la comunidad

Imagen de perfilDos caras, una misma tragedia

Emilio Mahugo Serrano 

Como abogado era infalible, una máquina perfectamente engrasada dispuesto a empezar mil veces hasta certificar el objetivo, desistir era un verbo que jamás conjugaba. No había caso, juez, informe, acta que resistiera su contumaz insistencia. También era generoso, siempre prestaba amparo a los que no podían pagar. En privado era una persona diferente. Callado, ocultando su timidez tras una tosecilla o un estornudo oportuno. En una ajada carpeta guardaba varias fotografías: un pueblo costero, una mujer con un niño en brazos, un grupo de hombres de mar. No olvidaba, aún le conmovía, el esfuerzo de su madre por intentar sacarle de unas aguas que los engullía. Después de tanto sufrimiento iban a perecer viendo las luces de colores de una feria en un horizonte inalcanzable. El rescate de los pescadores llegó a tiempo tan solo para unos cuantos, por desgracia para su madre el mar sería una tumba infinita.

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Relatos seleccionados

  • Imagen de perfilEl primer tropiezo en la sala

    Julio Alvarado-Vélez · Santo Domingo 

    Andrés, un abogado novato, estaba a punto de empezar su primera audiencia de amparo. Sentado frente al juez, sintió que las manos le temblaban mientras buscaba en su carpeta los documentos clave para su defensa.

    El juez lo miraba con impaciencia, y justo cuando Andrés estaba por hablar, un repentino estornudo interrumpió el silencio en la sala. Inmediatamente, todos los ojos se volvieron hacia él, agravando su nerviosismo. Sin perder la calma, intentó recobrar la compostura.

    —Señoría, me gustaría certificar que mi cliente tiene el derecho constitucional de...—, dijo con voz temblorosa, pero clara.

    En ese momento, se dio cuenta de que había olvidado el principal argumento en su carpeta. Tragó saliva, improvisó una salida rápida y siguió adelante.

    Al final de la audiencia, aunque agotado y aún algo desorientado, Andrés logró mantener su postura. Sabía que aquel tropiezo le enseñaría más de lo que jamás imaginó.

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  • Imagen de perfilDONDE LAS DAN, LAS TOMAN

    Gonzalo Arance Gil 

    Raquel abrió la carpeta cuando su abogado, poco tiempo después de empezar la reunión, fingió un estornudo. Era la señal que activaba el plan B. Sacó unas fotos que pasó al letrado, quien expuso su contraoferta: “El mero hecho de que se filtre a la opinión pública la existencia de estas fotos podría certificar el final de la carrera deportiva de su cliente. Podrán recurrir en amparo al Constitucional, pero ya saben que el proceso puede ser muy largo, y que la libertad de información sobre personajes públicos prevalece en muchos casos sobre la intimidad y el derecho al honor”. Hábilmente volvió a guardar las fotos en la carpeta, dejando entrever únicamente que en ellas aparecía un hombre acompañado de la mano de una hermosa joven a la salida de una fiesta privada en una discoteca.
    Tres días después firmaron un acuerdo claramente favorable para Raquel.

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  • Imagen de perfilVuelva usted mañana

    Ignacio Muñoz Palacios 

    Hace semanas que intento finalizar un procedimiento, pero la burocracia me tiene atrapado. Ayer pasé la mañana en el juzgado. Al entrar, con una carpeta llena de documentos bajo el brazo, un estornudo resonó en la sala. “Salud”, murmuré, aunque nadie pareció notar mi presencia. Todo avanzaba tan lentamente, como si el tiempo en el juzgado se moviera a un ritmo distinto.

    Esperaba poder certificar la copia de un documento. Algo sencillo, o eso creía. Después de esperar más de una hora para poder ser atendido por el LAJ, me informan que, tras la reunión que estaba manteniendo, se había tenido que marchar.

    Salí de allí bajo el amparo de una vaga esperanza de que, tal vez mañana, las cosas se resolverían. Pero no pude evitar pensar: ¿cómo es posible que todo esté tan atascado? A la mañana siguiente, volví al juzgado… y vuelta a empezar.

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  • Imagen de perfilQuerido Néstor

    Carolina Navarro Diestre 

    Querido Néstor.

    Te sorprenderá recibir una carta en estos tiempos de comunicaciones fugaces como estornudos, pero debo empezar explicando que la palabra escrita ofrece un asidero que trasciende lo coloquial. “Verba volant, scripta manent”, decían los romanos.

    Las palabras vuelan.

    Lo escrito permanece.

    Sé que desde que fuimos novios en el instituto apenas hemos hablado. También sé que fui injusta contigo, una mala decisión dentro de una carpeta vital llena de malas decisiones. Pero he seguido tu carrera y sé que te licenciaste en Derecho (tu sueño). Ahora eres un eminente jurista, mientras yo…; en fin, yo terminé con un hombre que me pegaba. Si miro hacia atrás, han sido muchos años de maltrato y arrepentimiento. Hasta que hace pocos días tomé una decisión…

    Néstor, no lo merezco, pero solicito tu amparo y tu perdón. Hasta aquí esta misiva sin certificar, te cuento más detalles en persona. Necesito un abogado.

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  • Imagen de perfilLAS DOS CARAS DE LA VERDAD

    FELIPE APARICIO HERNÁN 

    La reapertura del caso Wüste no hacía otra cosa que certificar que la Jueza Castro llegaba a destino con dos premisas fundamentales: motivación y juventud. “¿Por dónde vas a empezar?”, preguntaba con sorna un viejo funcionario del juzgado. No era fácil. Décadas después, proponía lidiar con el mayor caso de corrupción que se recuerda. Previamente se investigó a políticos, policías e incluso funcionarios, pero todo quedó difuminado. Arena en el desierto.

    Con ojeras que le delataban, carpeta a carpeta, Castro fue desgranando piezas del rompecabezas. Imposible librarse de algún estornudo, fruto del polvo inescrutable del tiempo en los documentos.

    La Jueza pronto averiguó que a veces el enemigo lo tienes en casa. Un día antes de comenzar el juicio, visitó a su familia y soltó la bomba: “Papá, sé que estás implicado en el caso Wüste.”. Se abrió la caja de Pandora. Y no hubo amparo para el viejo Magistrado.

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  • Imagen de perfilCONSTANCIA

    Julio Montesinos Barrios 

    Lo conocí al empezar la carrera de derecho. Era rubio, alto y delgado, como una espiga de trigo. El viento cimbreaba aquellas magras carnes, impulsando su flemático errar por la misma órbita que yo recorría para ir a la facultad. Un indigente filósofo. Lo puedo certificar con nítidos recuerdos. Como cuando, caminando carpeta en mano, lo encontré pidiéndole limosna a una estatua. Al preguntarle por tan absurda acción, respondió como hiciera Diógenes milenios antes.

    —Me ejercito en el fracaso.

    La sentencia me atravesó el alma. Un estornudo mental sacudió mi cerebro, despertando la conciencia dormida. Desde entonces actué al amparo de sus reflexiones. Conseguí con esfuerzo darle la vuelta a continuos suspensos, reveses sentimentales o pleitos perdidos.

    Han pasado veinte años. Como profesor adjunto, todavía coincido a veces en la órbita del ya viejo mendigo y le veo pedirle a la estatua, quien ha terminado cediendo y dándole monedillas.

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  • Imagen de perfilLOS SILENCIOS QUE NUNCA ESCUCHÉ

    ANTONIO LUIS MIRANDA SANCHEZ 

    Fue su estornudo lo que llamó mi atención. Se disculpó con su marido y, mirándome fijamente, sacó un clínex por la manga de su camisa. Él, algo molesto, volvió a empezar la última frase que había quedado interrumpida. Me iba detallando los documentos que llevaba en una carpeta y la mujer asentía en silencio con cada afirmación suya. Querían vender una propiedad ganancial y yo prepararía el contrato. Ella apenas habló, pero me había gritado en silencio.

    Aquella extraña mirada al remangarse la camisa, aquellas marcas en su brazo. No hacía falta ser forense para certificar la causa. Conseguí cerrar la puerta del despacho justo cuando él salió; quedándose ella conmigo dentro. Al amparo de aquella barrera blindada me lo contó todo. Entretanto, su marido aporreaba la puerta, la insultaba y amenazaba hasta que fue detenido por la policía.

    Desde aquel día pienso en todos los silencios que nunca escuché.

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  • Imagen de perfilGorda

    José I Baile Ayensa 

    La abogada observaba la lluvia golpear su ventana mientras abría la carpeta del caso. Era una mañana gris cuando aquella joven, con la sonrisa tímida, había entrado en su oficina buscando algo más que justicia; necesitaba amparo. Había sido humillada en el trabajo por su obesidad, aislada por el desprecio de quienes no veían más allá de su cuerpo.

    Revisó con parsimonia las pruebas. Un estornudo le sacudió, como si el universo quisiera recordarle lo vulnerable que somos todos. Se enjugó la nariz con determinación, sabía que debía empezar con un enfoque distinto.

    Al analizar los documentos, encontró el registro de correos internos; cada línea era un eco de hostilidad disfrazada de cortesía. Reunió pruebas, logró certificar la discriminación, y, en el juicio, su voz firme devolvió a la chica el respeto que le había sido negado. Al final, la justicia se reveló como un acto de valentía compartida.

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  • Imagen de perfilLos renglones torcidos 2.0

    Alejandra Rusell Giráldez 

    -No recordaba nada de aquel día, susurra mi clienta tras inundar la estancia con un estridente estornudo. Mientras acuna una carpeta al amparo de su regazo.
    -Prosiga.
    - Mi psiquiatra dice que poco a poco las imágenes van a empezar a mostrarse. Que no fuerce las cosas.
    -Continúe, la conmino.
    -Recuerdo que me levanté temprano y salí a correr, cuando llegué, Jorge estaba en la ducha y bebé dormía. Pero mi psiquiatra afirma que esto último no es real, que la mente a veces hace esas cosas para no sucumbir. Que cuando llegué, ellos estaban muertos a manos de unos desalmados. Hoy de repente las piezas encajan. La asesina soy yo. Mi marido, en un ataque de ira mató a bebé, y yo, bueno, ya sabe...
    -¿Cómo puedo ayudarla?
    -Soy culpable, demuéstrelo.
    Y yo, que sin medicación sigo pensando que soy abogada, no sé como lo voy a certificar.

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  • Imagen de perfilOlor a veneno

    Carlos Alberto López Martínez 

    Nadia nada dice ya cuando detecta las mentiras de su marido. No necesita un médico para certificar que su amor yace muerto irremediablemente. Al principio, solo vio pequeñas señales, como retrasos insospechados, que se convenció para desechar al amparo de lo que su corazón sentía. Pero una fragancia ajena en la chaqueta del infiel la convenció.

    ¿Y ahora qué?- La duda siguió al desengaño.

    Creyó que Ana, su mejor amiga, la aclararía:

    -Antes de empezar un drama, asegúrate, y consulta con un abogado- respondió. Y la citó con Alberto, su marido.

    Y en su despacho, entre carpetas y estornudos causados por el polvo de los legajos, lo encontró, feo y meditabundo, tan opuesto a su apuesto cónyuge.

    -Nadia, ¿En qué puedo ayudarte?

    -¿Te acuerdas del perfume que te ayudé a elegir para vuestro aniversario?

    Y sin más palabras, lo besó.

    -¡Pues ahora los cuatro lo llevamos puesto!

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  • Imagen de perfilDe la mano de Morfeo

    Ander Balzategi Juldain 

    Amparo era sonámbula. En ningún momento fue consciente de la ilicitud de su delito, disparó a su marido en un acto maquinal e involuntario. Ésa iba a ser la línea de su defensa. Recogió la carpeta con los datos preliminares de la clínica. A las diez de la noche tenían cita para someter a su defendida a una polisomnografía, un estudio del sueño para certificar su condición de sonámbula. Contaba además con el testimonio de los hijos que avalarían la condición de la madre, así que el juicio pintaba muy bien. Estaban a punto de colocarle a Amparo las sondas cerebrales cuando se escuchó un estruendo. Miguel se despertó de la siesta y miró enojado a su mujer. Acababa de desmantelar su estrategia de defensa con un simple estornudo. Ahora despierto tenía que idear otra, y la verdad, lo veía todo muy negro.

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  • Imagen de perfilEn plato frío

    Sergio Capitán Herraiz 

    Nada más empezar el juicio supe que aquello acabaría mal.
    La jueza, Amparo García, resultó ser una antigua compañera de clase a quien se las hice pasar canutas en el instituto. Tenía problemas de disnea que le hacían hablar mucho más despacio de lo habitual. Y yo, cruel, se lo recordaba con mala uva siempre que podía.
    La declaración de los testigos no me había dejado en buen lugar, y el convincente discurso del abogado de la acusación parecía certificar mi inminente condena.
    Antes de finalizar la vista, me fue concedida la palabra.
    Pedí disculpas por los errores cometidos en los últimos años. A la desesperada, incluso alargué la petición hasta los años de instituto.
    La jueza soltó una carcajada que trató de disimular con un estornudo.
    Y mientras cerraba la carpeta me dedicó una sonrisa antes de pronunciar, muy despacio, un “Visto para sentencia”.

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  • Imagen de perfil¡QUÉ INOPORTUNO!

    MANUEL MORENO BELLOSILLO 

    Antes de empezar un juicio me suelo informar del carácter y peculiaridades del juez pues, como todos, también ellos tienen sus manías y sus fobias. Del que me turnaron en aquella ocasión decían que era tan hipocondriaco que siempre se protegía de los gérmenes con una mascarilla y al amparo de una muralla levantada con las carpetas de los expedientes. Mi procurador me avisó: «¡en ningún caso le des la mano!», advertencia que venía a certificar los rumores.
    Durante el juicio me mantuve aséptico y distante, mientras el abogado contrario incluso se arrimó a la mesa de S. S. para entregarle un documento. El juez lo rechazó como si tuviera la peste. Si nada se torcía, me dije, ese juicio no lo perdería.
    De repente, concluyendo, sentí un picor de nariz invencible y la inminencia de un estornudo. Traté de resistirme, pero… aaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaachis!!!
    Visto para sentencia, dijo el juez aterrorizado.

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  • Imagen de perfilAzul oscuro, casi negro

    RAFAEL LAPIEDRA MESEGUER 

    Decidió empezar a trabajar antes de recibir el encargo; sería cuestión de tiempo, pensaba. Por eso, cuando sonó el teléfono, lo descolgó en menos de lo que dura un estornudo. Amigo desde la infancia, compañero en la universidad. Ahora, investigado en el homicidio de su esposa, busca en el amparo de su viejo amigo abogado una última esperanza. Aceptó encargarse de su defensa, y de inmediato se puso al corriente del sumario: sin testigos, sin pistas. El forense acababa de certificar la causa de la muerte: traumatismo craneoencefálico, probablemente causado por un objeto contundente de madera, debido a la presencia de astillas de color azul oscuro sobre la víctima.
    Apartando la carpeta abierta específicamente para el nuevo caso, apenado, observó la foto que reposaba en un estante de su despacho: el equipo universitario de criquet, con su amigo al frente, sosteniendo el bate reglamentario del equipo, de color azul oscuro.

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  • Imagen de perfilSENTENCIA DE CULPABILIDAD

    Guillermo Portillo Guzmán 

    Interrumpí la vista oral con un inevitable e inoportuno estornudo que llenó la carpeta de pequeñas gotas. Amparo no lo dudó un instante y me fusiló con esa mirada fulminante y acusadora que usaba para certificar mi culpabilidad. Era la juez asignada al caso por la oficina de reparto en turno.
    Empezar el día soportando aquel juicio, hizo que el desayuno se convirtiese en una papilla ácida y desagradable que no conseguí digerir correctamente, lo que provocó una circunstancia aún más gravosa y perjudicial para mis intereses: acabé vomitando sobre la mesa.
    La situación empeoró por momentos y los cargos acusatorios, y sobradamente probados, me colocaron en una tesitura de absoluta indefensión.
    Ser un bebé de tres meses no es fácil. No controlas aún tus necesidades fisiológicas y obligas a tu madre a cambiarte el pañal nocturno, y si además le vomitas el desayuno sobre la toga, peor que peor.

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  • Imagen de perfilLEGADO

    Margarita del Brezo 

    En el despacho de Clara Campoamor, la luz de la tarde se filtra a través de las cortinas, proyectando sombras alargadas sobre una desgastada carpeta. Huele a papel viejo, a tinta recién impresa. Con la determinación que la caracteriza, Clara revisa los documentos, cruciales para certificar el derecho al voto de las mujeres. No solo es un paso en la batalla por la igualdad, sino una promesa de justicia para las generaciones futuras, un amparo legal que está a punto de cambiar la historia.
    El estornudo del hombre que se sienta a mi lado me devuelve a la realidad.
    —Perdón, la alergia —se disculpa.
    —Vamos a empezar ya, son las nueve en punto —digo algo nerviosa. Es la primera vez que me toca ser presidenta de mesa en el colegio electoral de mi barrio. Miro la urna todavía vacía y sonrío.

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  • Imagen de perfilEL RAMO DE NOVIA

    Rosalía Guerrero Jordán 

    Justo antes de empezar el juicio le repito a Juanjo, mi defendido, que hable con educación, pero lo menos posible. Que nos conocemos.
    Él solo debe declararse culpable de haber robado el ramo de flores de la novia, y yo me encargo de conseguir una indemnización que no le arruine.
    En cuanto se pone en pie cojo la carpeta del expediente para abanicarme.
    —Señor juez, le puedo certificar que yo no sabía que le iba provocar tal soponcio a la madre de la novia que la boda tendría que anularse. El ramo me pareció tan bonito que pensé que, si se lo regalaba a Amparo, querría casarse conmigo.
    —¿Quién es Amparo?
    —¡Achís! — improviso un estornudo como medida desesperada—. Disculpe, Señoría, es la alergia.
    Juanjo me mira y se tapa la boca con las manos. A ver cómo le explica al juez que quiere casarse con su hija.

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  • Imagen de perfilMANO IZQUIERDA

    Maribel Romero Soler 

    El cliente vino a mi despacho buscando amparo constitucional. Se había leído la norma suprema del Estado y traía subrayado el artículo 47. “Quiero la mía”, dijo refiriéndose a la vivienda digna. “Y además quiero esta”, añadió mientras abría una carpeta y me mostraba la imagen de un chalé con piscina. Abrumado por la situación, y para empezar a entrar en detalles, le pregunté dónde vivía en ese momento. “Bajo el puente”, aseguró tras soltar un estornudo que me pareció fingido. Me di cuenta de su enajenación cuando comenzó a hablar por teléfono con un paquete de pañuelos, debía actuar con mano izquierda. “Caballero, alguien tendrá que certificar lo que me dice, el acceso a la vivienda debe ser justificado”, improvisé. Asintió y, sin inmutarse, me extendió un papel manuscrito que explicaba su triste situación de vida. Como firma, al pie, aparecían las huellas de una rata.

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  • Imagen de perfilEl divorcio

    Montserrat López Ayala 

    Las piernas y las manos le tiemblan. Aferra la carpeta sobre su pecho como si fuera una coraza para proteger su corazón. Teme entrar y empezar un proceso sin vuelta atrás.
    “¿Y si no hay nadie?” se miente. Un estornudo en el interior la devuelve a la terrible realidad. Tiene que entrar.
    Es un despacho sencillo, luminoso y profesional. Más tarde pensará que es un claro reflejo de la abogada.
    Le explica su situación entre caos y lágrimas. Siente como la abogada le transmite confianza, fuerza, respuestas y soluciones.
    Bajo su consejo y amparo se marcha. Queda mucho por hacer: negociar, repartir, llorar, decidir, llorar, certificar, dudar, llorar más, firmar y puede que algún día sonreír.
    Sola y desbordada regresa a su casa vacía. En lo más profundo de su oscuridad interior divisa una tenue luz. Ahora alguien la guía.
    Quizás mañana esa luz sea un poco más intensa.

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  • Imagen de perfilLO PRIMERO ES LO PRIMERO

    José Luis González Martínez 

    Ya sé que muchas hubieran seguido encantadas, pero yo no. Había decidido dejarlo, divorciarme, empezar una nueva vida. Desde que inició su andadura no había parado de ganar pleitos. Veintisiete en cuatro años. Sin ninguna derrota ni empates conciliadores. Hasta la mismísima Naturaleza salía derrotada con él: cero cólicos, cero jaquecas, cero otitis, cero catarros…, jamás le había oído un estornudo. Encima, guardaba en carpetas todas las sentencias que leía expectante cada noche como si estuviera preparando una nueva alegación decisiva. Sentía envidia sana al observar sus movimientos como de bailar charlestón tras dejar visible sobre la mesa otra nueva sentencia triunfal. Pero necesitaba rebelarme, seguir con él sería certificar mi insignificancia. Cuando le planteé divorciarnos, tenía todo pensado: reparto patrimonial, los niños, la manutención... Todavía tiemblo al recordar su respuesta: puedo concederte perder un pleito, Amparo, ni uno más. Mi amor por ti, aunque sobrehumano, no alcanza para dos.

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