XVI Concurso de Microrrelatos sobre Abogados

El más votado por la comunidad

Imagen de perfil¡QUÉ INOPORTUNO!

MANUEL MORENO BELLOSILLO 

Antes de empezar un juicio me suelo informar del carácter y peculiaridades del juez pues, como todos, también ellos tienen sus manías y sus fobias. Del que me turnaron en aquella ocasión decían que era tan hipocondriaco que siempre se protegía de los gérmenes con una mascarilla y al amparo de una muralla levantada con las carpetas de los expedientes. Mi procurador me avisó: «¡en ningún caso le des la mano!», advertencia que venía a certificar los rumores. Durante el juicio me mantuve aséptico y distante, mientras el abogado contrario incluso se arrimó a la mesa de S. S. para entregarle un documento. El juez lo rechazó como si tuviera la peste. Si nada se torcía, me dije, ese juicio no lo perdería. De repente, concluyendo, sentí un picor de nariz invencible y la inminencia de un estornudo. Traté de resistirme, pero… aaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaachis!!! Visto para sentencia, dijo el juez aterrorizado.

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Relatos seleccionados

  • Imagen de perfil¡QUÉ INOPORTUNO!

    MANUEL MORENO BELLOSILLO 

    Antes de empezar un juicio me suelo informar del carácter y peculiaridades del juez pues, como todos, también ellos tienen sus manías y sus fobias. Del que me turnaron en aquella ocasión decían que era tan hipocondriaco que siempre se protegía de los gérmenes con una mascarilla y al amparo de una muralla levantada con las carpetas de los expedientes. Mi procurador me avisó: «¡en ningún caso le des la mano!», advertencia que venía a certificar los rumores.
    Durante el juicio me mantuve aséptico y distante, mientras el abogado contrario incluso se arrimó a la mesa de S. S. para entregarle un documento. El juez lo rechazó como si tuviera la peste. Si nada se torcía, me dije, ese juicio no lo perdería.
    De repente, concluyendo, sentí un picor de nariz invencible y la inminencia de un estornudo. Traté de resistirme, pero… aaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaachis!!!
    Visto para sentencia, dijo el juez aterrorizado.

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  • Imagen de perfilAzul oscuro, casi negro

    RAFAEL LAPIEDRA MESEGUER 

    Decidió empezar a trabajar antes de recibir el encargo; sería cuestión de tiempo, pensaba. Por eso, cuando sonó el teléfono, lo descolgó en menos de lo que dura un estornudo. Amigo desde la infancia, compañero en la universidad. Ahora, investigado en el homicidio de su esposa, busca en el amparo de su viejo amigo abogado una última esperanza. Aceptó encargarse de su defensa, y de inmediato se puso al corriente del sumario: sin testigos, sin pistas. El forense acababa de certificar la causa de la muerte: traumatismo craneoencefálico, probablemente causado por un objeto contundente de madera, debido a la presencia de astillas de color azul oscuro sobre la víctima.
    Apartando la carpeta abierta específicamente para el nuevo caso, apenado, observó la foto que reposaba en un estante de su despacho: el equipo universitario de criquet, con su amigo al frente, sosteniendo el bate reglamentario del equipo, de color azul oscuro.

     

     
  • Imagen de perfilDos caras, una misma tragedia

    Emilio Mahugo Serrano 

    Como abogado era infalible, una máquina perfectamente engrasada dispuesto a empezar mil veces hasta certificar el objetivo, desistir era un verbo que jamás conjugaba. No había caso, juez, informe, acta que resistiera su contumaz insistencia. También era generoso, siempre prestaba amparo a los que no podían pagar.
    En privado era una persona diferente. Callado, ocultando su timidez tras una tosecilla o un estornudo oportuno. En una ajada carpeta guardaba varias fotografías: un pueblo costero, una mujer con un niño en brazos, un grupo de hombres de mar. No olvidaba, aún le conmovía, el esfuerzo de su madre por intentar sacarle de unas aguas que los engullía. Después de tanto sufrimiento iban a perecer viendo las luces de colores de una feria en un horizonte inalcanzable. El rescate de los pescadores llegó a tiempo tan solo para unos cuantos, por desgracia para su madre el mar sería una tumba infinita.

     

     
  • Imagen de perfilSENTENCIA DE CULPABILIDAD

    Guillermo Portillo Guzmán 

    Interrumpí la vista oral con un inevitable e inoportuno estornudo que llenó la carpeta de pequeñas gotas. Amparo no lo dudó un instante y me fusiló con esa mirada fulminante y acusadora que usaba para certificar mi culpabilidad. Era la juez asignada al caso por la oficina de reparto en turno.
    Empezar el día soportando aquel juicio, hizo que el desayuno se convirtiese en una papilla ácida y desagradable que no conseguí digerir correctamente, lo que provocó una circunstancia aún más gravosa y perjudicial para mis intereses: acabé vomitando sobre la mesa.
    La situación empeoró por momentos y los cargos acusatorios, y sobradamente probados, me colocaron en una tesitura de absoluta indefensión.
    Ser un bebé de tres meses no es fácil. No controlas aún tus necesidades fisiológicas y obligas a tu madre a cambiarte el pañal nocturno, y si además le vomitas el desayuno sobre la toga, peor que peor.

     

     
  • Imagen de perfilLEGADO

    Margarita del Brezo 

    En el despacho de Clara Campoamor, la luz de la tarde se filtra a través de las cortinas, proyectando sombras alargadas sobre una desgastada carpeta. Huele a papel viejo, a tinta recién impresa. Con la determinación que la caracteriza, Clara revisa los documentos, cruciales para certificar el derecho al voto de las mujeres. No solo es un paso en la batalla por la igualdad, sino una promesa de justicia para las generaciones futuras, un amparo legal que está a punto de cambiar la historia.
    El estornudo del hombre que se sienta a mi lado me devuelve a la realidad.
    —Perdón, la alergia —se disculpa.
    —Vamos a empezar ya, son las nueve en punto —digo algo nerviosa. Es la primera vez que me toca ser presidenta de mesa en el colegio electoral de mi barrio. Miro la urna todavía vacía y sonrío.

     

     
  • Imagen de perfilEL RAMO DE NOVIA

    Rosalía Guerrero Jordán 

    Justo antes de empezar el juicio le repito a Juanjo, mi defendido, que hable con educación, pero lo menos posible. Que nos conocemos.
    Él solo debe declararse culpable de haber robado el ramo de flores de la novia, y yo me encargo de conseguir una indemnización que no le arruine.
    En cuanto se pone en pie cojo la carpeta del expediente para abanicarme.
    —Señor juez, le puedo certificar que yo no sabía que le iba provocar tal soponcio a la madre de la novia que la boda tendría que anularse. El ramo me pareció tan bonito que pensé que, si se lo regalaba a Amparo, querría casarse conmigo.
    —¿Quién es Amparo?
    —¡Achís! — improviso un estornudo como medida desesperada—. Disculpe, Señoría, es la alergia.
    Juanjo me mira y se tapa la boca con las manos. A ver cómo le explica al juez que quiere casarse con su hija.

     

     
  • Imagen de perfilMANO IZQUIERDA

    Maribel Romero Soler 

    El cliente vino a mi despacho buscando amparo constitucional. Se había leído la norma suprema del Estado y traía subrayado el artículo 47. “Quiero la mía”, dijo refiriéndose a la vivienda digna. “Y además quiero esta”, añadió mientras abría una carpeta y me mostraba la imagen de un chalé con piscina. Abrumado por la situación, y para empezar a entrar en detalles, le pregunté dónde vivía en ese momento. “Bajo el puente”, aseguró tras soltar un estornudo que me pareció fingido. Me di cuenta de su enajenación cuando comenzó a hablar por teléfono con un paquete de pañuelos, debía actuar con mano izquierda. “Caballero, alguien tendrá que certificar lo que me dice, el acceso a la vivienda debe ser justificado”, improvisé. Asintió y, sin inmutarse, me extendió un papel manuscrito que explicaba su triste situación de vida. Como firma, al pie, aparecían las huellas de una rata.

     

     
  • Imagen de perfilEl divorcio

    Montserrat López Ayala 

    Las piernas y las manos le tiemblan. Aferra la carpeta sobre su pecho como si fuera una coraza para proteger su corazón. Teme entrar y empezar un proceso sin vuelta atrás.
    “¿Y si no hay nadie?” se miente. Un estornudo en el interior la devuelve a la terrible realidad. Tiene que entrar.
    Es un despacho sencillo, luminoso y profesional. Más tarde pensará que es un claro reflejo de la abogada.
    Le explica su situación entre caos y lágrimas. Siente como la abogada le transmite confianza, fuerza, respuestas y soluciones.
    Bajo su consejo y amparo se marcha. Queda mucho por hacer: negociar, repartir, llorar, decidir, llorar, certificar, dudar, llorar más, firmar y puede que algún día sonreír.
    Sola y desbordada regresa a su casa vacía. En lo más profundo de su oscuridad interior divisa una tenue luz. Ahora alguien la guía.
    Quizás mañana esa luz sea un poco más intensa.

     

     
  • Imagen de perfilLO PRIMERO ES LO PRIMERO

    José Luis González Martínez 

    Ya sé que muchas hubieran seguido encantadas, pero yo no. Había decidido dejarlo, divorciarme, empezar una nueva vida. Desde que inició su andadura no había parado de ganar pleitos. Veintisiete en cuatro años. Sin ninguna derrota ni empates conciliadores. Hasta la mismísima Naturaleza salía derrotada con él: cero cólicos, cero jaquecas, cero otitis, cero catarros…, jamás le había oído un estornudo. Encima, guardaba en carpetas todas las sentencias que leía expectante cada noche como si estuviera preparando una nueva alegación decisiva. Sentía envidia sana al observar sus movimientos como de bailar charlestón tras dejar visible sobre la mesa otra nueva sentencia triunfal. Pero necesitaba rebelarme, seguir con él sería certificar mi insignificancia. Cuando le planteé divorciarnos, tenía todo pensado: reparto patrimonial, los niños, la manutención... Todavía tiemblo al recordar su respuesta: puedo concederte perder un pleito, Amparo, ni uno más. Mi amor por ti, aunque sobrehumano, no alcanza para dos.