XV Concurso de Microrrelatos sobre Abogados

Ganador del Mes

Imagen de perfilLazos invisibles

María Sergia Martín González- towanda 

Supe que el recluso solicitó cambiar de letrado. «Reclama imposibles», apuntaban. Me acerqué dubitativa. Tras las obligadas presentaciones cliente-abogada, intenté formularle algunas preguntas. Se adelantó admitiéndose culpable. Dijo que aceptaría cualquier pacto; que solo necesitaba poder despedirse de un amigo con el que siempre estuvo conectado. Últimamente, sospechaba que algo iba mal. Afirmó que, de no conseguirlo, olvidara el camino de retorno. Me conquistó cuando dijo que mis ojos eran campos de lavanda y que le recordaban a una hija que decidió enterrarlo hacía mucho tiempo. Resultó complicado. Demasiados impedimentos por parte de la prisión. Sherlock, así se llamaba su perro, iba a ser sacrificado. El tiempo apremiaba... Tras semanas de extenuante papeleo, el juez autorizó un vis a vis extraordinario. Sherlock estaba ciego, arrastraba desmañadamente las patas, pero algo invisible permanecía inalterable. Hubo babas, interminables abrazos y un llanto a dos voces. «Te eché de menos, viejito», repetía emocionado.

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El más votado por la comunidad

Imagen de perfilLazos invisibles

María Sergia Martín González- towanda 

Supe que el recluso solicitó cambiar de letrado. «Reclama imposibles», apuntaban. Me acerqué dubitativa. Tras las obligadas presentaciones cliente-abogada, intenté formularle algunas preguntas. Se adelantó admitiéndose culpable. Dijo que aceptaría cualquier pacto; que solo necesitaba poder despedirse de un amigo con el que siempre estuvo conectado. Últimamente, sospechaba que algo iba mal. Afirmó que, de no conseguirlo, olvidara el camino de retorno. Me conquistó cuando dijo que mis ojos eran campos de lavanda y que le recordaban a una hija que decidió enterrarlo hacía mucho tiempo. Resultó complicado. Demasiados impedimentos por parte de la prisión. Sherlock, así se llamaba su perro, iba a ser sacrificado. El tiempo apremiaba... Tras semanas de extenuante papeleo, el juez autorizó un vis a vis extraordinario. Sherlock estaba ciego, arrastraba desmañadamente las patas, pero algo invisible permanecía inalterable. Hubo babas, interminables abrazos y un llanto a dos voces. «Te eché de menos, viejito», repetía emocionado.

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Relatos seleccionados

  • Imagen de perfilArrepentimiento

    Julia Lucía Pariente 

    Elena llevaba todo el verano conectada al móvil. Un año más se le habían pasado los días entre conversaciones interminables con clientes, formular demandas varias y cerrar pactos de última hora.

    Solo el olor a lavanda al abrir la ventana de su habitación en aquel pueblo castellano le hacía volver a la realidad de vez en cuando.

    Pero hoy por fin había decidido que la jornada terminara pronto. Apagó el ordenador y se levantó del escritorio ilusionada para darse un baño en la piscina con su marido y sus hijos.

    Llamó a la puerta de al lado, pero la habitación estaba vacía. Y al bajar las escaleras se encontró a su marido cargando las maletas en el coche. Su mirada le transmitió hartazgo y desesperación.

    Era 31 de agosto y tocaba operación retorno. Había llegado demasiado lejos. Ya era demasiado tarde.

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  • Imagen de perfilEl amor dormido

    María Gil Sierra 

    Una lluvia viscosa y gris acompaña al juez Villaseca a la escena del crimen. De repente, siente un maremoto conectado al epicentro de su corazón. La mujer yace boca arriba. Y su rostro inocente le abre las puertas de la memoria. El retorno a aquel verano en el pueblo. Los pactos entre los amigos: “Nada de chicas”. Hasta que apareció ella. Y, sin formular ni una sola palabra, decidieron quererse para siempre. Después, la universidad, su noviazgo con la hija del catedrático de civil, la boda, el tedio.

    “Era la cocinera del centro —interrumpen sus pensamientos—, los indicios apuntan hacia un crimen machista”. Aunque la científica continúa informando, él ya no escucha. Solo piensa en Graciela — la víctima—, en sus cartas semanales con aroma a lavanda. Estuvo recibiéndolas durante más de un año, recuerda. Pero nunca las leyó. Por cobarde, por temor a no poder dejar de amarla.

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  • Imagen de perfil“Pacta sunt servanda”

    Daniel Domínguez Repiso 

    La sentencia era desorbitada. ¿Apelación? pero ¿a quién? Si ni tan siquiera tenemos abogado. Nos habíamos metido en un berenjenal, sin olerlo ni catarlo… Bueno, lo olimos y catamos, solo un poquito…

    El Jefe resultó experto en formular pactos ininteligibles… Pinta de abuelo bonachón (estáis en vuestra casa, coged lo que queráis…) y luego resulta un viejo drástico e intransigente. Nunca sabremos dónde tenía conectada la cámara, pero nos vio y, encima, en pelota picada…

    Dichosas las ocurrencias de la parienta y su parlanchina mascota, color lavanda sucio, que me dio mala espina desde que la vi, con su aspecto viscoso y aires de sabelotodo.

    Por esa chorrada nos echa de la finca (donde no dábamos palo al agua) sin posibilidad de retorno…

    Fuimos a despedirnos, a ver si llorando se apiadaba, pero fue tajante: “No quiero volveros a ver por aquí, Adán y Eva, y llevaros esa asquerosa culebra”

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  • Imagen de perfilCuidado con lo que deseas

    Carlos José Esguevillas González 

    No podía dejar de sonreír, se acabaron las penurias y las interminables horas conectado al alienante teletrabajo. Iba a ejercer en un Bufete importante.
    Cuando me entrevistaron me parecieron raros, tan herméticos, con esa insistencia en formular preguntas sobre mis creencias y de hasta donde me comprometería para conseguir el puesto.
    Pero aquí estaba, en sus decimonónicas Oficinas. Firmado ya el generoso contrato, con aquella elegante pluma roja; “Pactos y Compromiso Laboral”, ponía. Ahora a mi despacho.
    Tras recorrer interminables y lóbregos pasillos con miles de viejos ficheros en las paredes, llegue a un enorme vestíbulo, donde una escuálida secretaria que olía a rancia lavanda, buscó mi nombre en un antiguo libro y asintió con una extraña sonrisa, — Sótano seis presente sus credenciales al ascensorista —. Y me extendió la tarjeta: “Letrado Miguel Mata, Departamento de Abogados del Diablo. Sin Retorno”.

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  • Imagen de perfilEl retorno

    JUAN PEDRO AGÜERA ORTEGA 

    El olor a lavanda inunda la estancia. Desde la ventana, veo a mis hijos corretear por el prado. Madre les regaña, como si fuesen sus hijos. Me recuerda cuando me obligaba a estudiar y me decía que me convirtiese en un buen abogado. Siempre fue una mujer de hierro.
    El sonido del correo electrónico me devuelve a la realidad. El retorno al pueblo me obliga a estar conectado de forma permanente. Teletrabajo lo llaman, el nuevo eufemismo de la esclavitud.
    El bufete exige formular el caso desde otra perspectiva. Los hermanos han rechazado los pactos y vamos a juicio. Quieren incapacitar a su madre por demencia senil, pero nuestro cliente se niega. No acepta que sus hermanos la encierren en una residencia y dilapiden su herencia. Redacto la nueva estrategia mientras madre, desde la puerta, me pregunta otra vez quién soy y, con una sonrisa, la ayudo a recordarme.

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  • Imagen de perfilAraucanía

    Ander Balzategi Juldain 

    Me sobrecoge el olor a lavanda cuando entro en casa de mis padres. Mi retorno se tiñe de nostalgias y de alguna que otra sonrisa forzada. Desde que mi fui a estudiar derecho a la capital apenas he vuelto y ha tenido que ser este conflicto sobre la expropiación de tierras la que me ha traído a casa. Mi madre, su pelo aún negro, su melena mapuche, me da un abrazo, estamos conectados, ella sabe que vengo a ayudarlos. Mañana nos reuniremos en el ayuntamiento, mañana se cerrarán los pactos que darán a mi gente lo que se merece, un futuro en su tierra. Estoy convencido que para formular un futuro se deben realizar cambios, apuestas arriesgadas. Mi padre desconfía y sé que mañana me mirará decepcionado cuando hable de empleo, de futuro, sentado en la banqueta de la empresa que comprará su tierra.

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  • Imagen de perfilEL INTERROGATORIO

    ANA MARIA VIÑALS LORENTE 

    El hombre esperó en la sala de interrogatorios. Esa vez, lo hacía como parte interesada y no como abogado. Cuando declarara, no habría retorno. Sospechaba que los indicios hallados, conectados entre sí, resultaban suficientes para acusar a su hija de asesinato. Ningún pacto la salvaría, así que debía proporcionarle una coartada aunque confiara en su inocencia.

    El agente no tardó en formular la temida pregunta.

    —¿Dónde estuvo la noche del pasado viernes a las veintidós horas?

    —Cené con mi hija —respondió el jurista cabizbajo.

    El comisario sonrió. Pronto demostraría que aquel cornudo picapleitos mentía. Los ojos color lavanda de aquella niñata, tan parecidos a los de su difunta madre, no volverían a ver la luz del día. Y todo gracias a las pistas falsas que, hábilmente, él había dejado en la escena del crimen junto al cuerpo de la que, hasta que amenazó con dejarle, había sido su amante.

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  • Imagen de perfilVOLVER A EMPEZAR

    Margarita del Brezo 

    Estamos llegando a un punto de no retorno, Señoría. El comportamiento de mi defendida, que el Fiscal define como escandaloso, no es más que la consecuencia de su ansía por recuperar la vida de antes, cuando los pactos se cerraban con un apretón de manos, no con documentos firmados electrónicamente. Formular repetidamente su deseo de pasear por los campos de lavanda, rozar las flores con las yemas de los dedos y que su aroma se quede impregnado en ellas no sirvió de nada y perdió la paciencia. Porque proyectar bucólicas imágenes en las paredes y poner una cinta con el sonido del agua y el trino de los pájaros no es lo mismo. Tampoco la brisa fabricada con ventiladores, por muy de última generación que sean. Por eso rompió la ventana a martillazos y escapó de...
    —Un momento, el juez no está conectado; olvidamos enchufarlo. Tendremos que volver a empezar.

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  • Imagen de perfilAPRENDIZAJES

    LOLA SANABRIA GARCÍA 

    Sobre la mesa de la sala que presido en el Juzgado, hay un florero con varas de lavanda. Me lleva de retorno, en el recuerdo, al lugar donde fui feliz. Cerraba los ojos para formular el deseo y aparecía mi padre a lo lejos, levantando polvareda en el camino. Antes de entrar en la casa, se paraba un momento y aspiraba el perfume de las flores. Decía que aquella maravilla era fruto de un pacto entre agua y tierra.
    Volvíamos del Juzgado. Por primera vez fui a ver cómo mi padre dictaba sentencia. Yo iba conectada con unos auriculares oyendo música y no oí su voz de alarma. Un volantazo esquivó al arce parado, imponente, en mitad de la carretera. «Presta atención a lo que estés haciendo. Tanto si juzgas un delito, como si conduces un coche. Son vidas que dependen de ti», dijo. Echo de menos a mi padre.

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  • Imagen de perfilEl relevo

    José Luis Barros Justo 

    Mario no podía conciliar el sueño. Tenía que tomar una decisión. Tras cuarenta años al frente del bufete, era hora de hacer un pacto consigo mismo y dar el relevo a los más jóvenes. Si aceptaba la jubilación, ya no habría retorno. Estaba tan conectado con su trabajo, que no se atrevía a formular como llenaría su tiempo libre. Gracias a su tenacidad, había llevado a lo más alto aquel pequeño despacho. Pero, últimamente, la tecnología y los nuevos programas informáticos, le dificultaban una tarea que se resistía a abandonar. A la mañana siguiente, un artilugio de brazos articulados y color lavanda le dió los buenos días.
    -Es LEGBOT, le informó la pasante, lo último en robótica aplicada a la abogacía-.
    Mario observó detenidamente aquel intruso de voz metálica y, sin soltar su maletín, regresó a casa.
    Lectura, música, viajes… ya encontraría algo con qué ocupar su tiempo libre.

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  • Imagen de perfilEsencias, las justas

    Marta Trutxuelo García 

    Soy abogado. En mi oficio es esencial establecer pactos con mis clientes, sobre todo uno, fidelidad, o lo que el acervo popular denomina "confidencialidad", similar al juramento hipocrático o al secreto de confesión. Amparado por la toga de mi código deontológico comencé a formular las preguntas esenciales que facilitan que abogado y cliente estemos conectados y confiemos el uno con el otro. Pero mi interlocutor respondía con evasivas, se contradecía, dudaba de sus propios recuerdos. Sus ademanes nerviosos, el tartamudeo en su discurso... el fiscal lo hundiría en el juicio. Debía conseguir que se derrumbara, pero ante mí. Y así ocurrió, mi cliente destapó su caja de Pandora particular y conseguimos encauzar la defensa del caso.
    El privilegio de confidencialidad sella mis labios, pero diré que en su camino de retorno del temor a la confianza resultó esencial la memoria olfativa. Lo intuí cuando me preguntó: ¿ese aroma es lavanda?

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  • Imagen de perfilEL SABUESO

    MANUEL MORENO BELLOSILLO 

    Quizá fuera un don divino o quizá un pacto diabólico, el caso es que aquel juez tenía un olfato asombroso para descubrir a los criminales. Sus rasgos eran vagamente caninos y acostumbraba a husmear a los acusados como si fuera un sabueso, sin que de nada te valiera formular protesta. Tenía conectada la pituitaria con la amígdala del cerebro y los olores que percibía su bulbo olfatorio le generaban en su sistema límbico un retorno en forma de fallo infalible. Si alguien era inocente desprendía un limpio aroma a lavanda fresca, pero si era culpable apestaba a huevos podridos. Así que, en una ocasión desesperada, se me ocurrió espolvorear generosamente a mi defendido con pimienta, pues había oído que el olfato de los perros colapsaba con esa especia. El Sabueso se desesperó husmeando y terminó aullando de frustración. Yo gané el caso, pero él se ganó un hueso.

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  • Imagen de perfilSin retorno

    Hector Villanueva 

    Cuarenta y cinco, así me llaman acá. Ellos, simplemente cumplen una función. Evitan relacionarse conmigo, y lo entiendo, es su trabajo.
    La rutina, cabalga entre lo monótono y estéril. Ellos, asiduos respetuosos de los pactos, me despiertan con el alba. Al levantarme, me aseo y espero el desayuno. Después leo, luego leo y releo… algunas veces, recito párrafos de la novela “Un abogado en aprietos”.
    Posterior al almuerzo, seguro imaginas que retorno a la lectura, pero no, simplemente, suelo formular preguntas…que nadie responde.
    En la cena, enciendo la radio y me mantengo conectado con el exterior, mi único privilegio.
    En otra época, ésta no sería mi costumbre, por el contrario, encendería la tele y disfrutaría, mientras absorbo un té de lavanda… cosa que extraño…
    A las 20 horas, apagan las luces… cierro los ojos y trato de olvidar que soy un reo, condenado a perpetua…

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  • Imagen de perfilCANAS

    LOURDES ASO TORRALBA 

    En casa tenemos nuestros pactos. Si el Sr. Juez tiene juicio, me quedo con el niño y viceversa. Mañana tengo que estar presentable para escuchar el veredicto de mi cliente pero hace ocho semanas que no me tiño las canas y la ocasión lo merece. Me he llevado al niño a la peluquería sin formular ninguna queja. Si está conectado, es un bendito. En cuanto lo han visto las señoras, le han encargado contestar mensajes y borrar la porquería. Entre el olor a lavanda y ruido de secadores no me he dado ni cuenta de lo que estaba haciendo. Le ha dado a su padre nuestra ubicación. Su retorno es mi fin. Fue a la cárcel por maltratarme. Ha salido dispuesto a rematar la faena. No creo que el Juez encuentre una Ley que le dé paz cuando tenga que explicarle al niño por qué no vuelvo.

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  • Imagen de perfilUN CAMPO DE LAVANDA

    ANTONIO LUIS MIRANDA SANCHEZ 

    Ella camina por un campo de lavanda, abriéndose paso con sus manos y dejando una larga estela violeta tras de sí. De pronto, la imagen torna a negro y un aviso centellea: “No está conectado”. Ese mismo sueño se me repite las últimas noches y nunca puedo distinguir el rostro de esa mujer.

    Hoy terminan mis vacaciones; vuelta a la rutina, el retorno del estrés, varias demandas pendientes de formular y una cita urgente en el despacho.

    Tras tomar asiento, la mujer me pide asesoramiento para el divorcio que quiere iniciar. Le explico el procedimiento y destaco la posibilidad de negociar una serie de pactos. Ella duda y con voz tenue me pide tiempo para pensarlo. ”Él todavía no sabe nada”, dice a modo de disculpa, bajando aún más el tono de su voz. Al marcharse del despacho contemplo esa silueta que se aleja. Y al fin lo entiendo todo.

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  • Imagen de perfilOlor perturbador

    laura fernandez 

    Mi mente retrocede a unos años atrás. Era joven, quería tener el mundo a mis pies, creí que era invencible, estaba conectado a la vida.
    Los conocí en el bar. Ellos llevaban trajes hechos a medida, ella un vestido precioso de Dior. A mis ojos, era la mujer más espectacular que había visto. Ella lo sabía, me sedujo sólo con mirarme. Estaba embrujado. Me lo prometieron todo, dejar de ser el barman para ser el dueño del local, tendría dinero y poder. Todo eso sólo por dejarles hacer allí los pactos de sus sucios negocios, por mantener la boca cerrada.
    Siento su olor cerca de mí, lavanda, con eso retorno al presente, sentado al lado de mi abogado ahora empieza el resto de mi vida. Todos van a hacerme preguntas, formular sus teorías, y yo solo puedo pensar que si la miro a ella me declararé culpable.

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  • Imagen de perfilTú, mi padre

    Manuel Rodríguez Antón 

    Milimétrico, vehemente, incansable. De él aprendí que en la vida y el Derecho no hay nada absoluto, que hay pactos más placenteros que victorias y que hay que saber cuándo formular protesta y cuándo guardar silencio. También de él fue mi primera toga y mis primeros códigos. Pequeño y peludo (por la barba) como Platero, pasó más tiempo en los juzgados que en casa. Las mangas de la toga siempre largas y la camisa sin corbata, me enseñó que sin pasión no se puede ejercer y que no hay retorno posible de una profesión que la amas tanto como te mata. Ahora, conectado al respirador, tan tranquilo y mudo que no parece él, nos recuerdo atravesando aquellos montes de lavanda y jara, cuando yo todavía era un niño y él me decía que “los juicios se pueden ganar o perder, pero hay que lucharlos siempre. Como la vida, hijo”.

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