Imagen de perfilEL INTERROGATORIO

ANA MARIA VIÑALS LORENTE 

El hombre esperó en la sala de interrogatorios. Esa vez, lo hacía como parte interesada y no como abogado. Cuando declarara, no habría retorno. Sospechaba que los indicios hallados, conectados entre sí, resultaban suficientes para acusar a su hija de asesinato. Ningún pacto la salvaría, así que debía proporcionarle una coartada aunque confiara en su inocencia.

El agente no tardó en formular la temida pregunta.

—¿Dónde estuvo la noche del pasado viernes a las veintidós horas?

—Cené con mi hija —respondió el jurista cabizbajo.

El comisario sonrió. Pronto demostraría que aquel cornudo picapleitos mentía. Los ojos color lavanda de aquella niñata, tan parecidos a los de su difunta madre, no volverían a ver la luz del día. Y todo gracias a las pistas falsas que, hábilmente, él había dejado en la escena del crimen junto al cuerpo de la que, hasta que amenazó con dejarle, había sido su amante.

 

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