JUAN LOZANO GARROTE

Microrrelatos publicados

  • LA CONFESIÓN

    Cuando aquel juez acudió a la parroquia para confesarse, el viejo cura rural tuvo que abrir el glosario de penas y penitencias. “Me acuso de soberbia, padre, en mi vida he admitido un recurso de reposición”, señaló contrito el magistrado. El cura se estremeció ante la confesión y un aire helado le recorrió el espinazo. Superado el impacto inicial, quiso tirar de misericordia antes de sentenciar: “¿Al menos habrá usted dictado alguna medida cautelar?”. “Sí, padre, pero muy pocas a instancia de parte”, resopló con crudeza su señoría. El párroco, pensando que aquello tenía difícil perdón, quiso ser el héroe de aquella alma herida, y preguntó: “¿Cuántos reconocimientos judiciales has practicado, hijo mío?”. “Ninguno, padre, ninguno”.
    Al poco rato, el juez marchó tembloroso. La penitencia para curar su soberbia había sido dictar una nulidad de actuaciones.

    | Agosto 2018
     Participante
     Votos recibidos por la Comunidad: 6

  • EL COLEGIADO 13124

    Era el abogado colegiado 13124. Iba justo después del 13123 y antes del 13125. Clonado por iniciativa del Ministerio en el enésimo plan de renovación de la justicia. Valía lo mismo para un divorcio o para un despido, para una demanda de responsabilidad civil por una crema defectuosa del súper o para un expediente expropiatorio. Lo sabía todo, plazos, contenidos, procedimientos. Incluso, había jueces que tenían problemas para sentenciar, porque el colegiado 13124 siempre les encontraba un pequeño defecto de forma.
    Poco le importaba formar parte de un número infinito de letrados clonados, que llevara 739 años ejerciendo la profesión, o que incluso hubiese clientes que le encontrasen frío y distante. Él era el 13124 y era lo único por lo que merecía la pena seguir ejerciendo.

    | Mayo 2018
     Participante
     Votos recibidos por la Comunidad: 13

  • FUE LA SERPIENTE

    Adán entrecerró los ojos, miró a su expediente en busca de un argumento que pudiese salvar a su cliente. El delito de desobediencia parecía claro. Con un elegante carraspeo llamó la atención del tribunal.
    “Con la venia, señoría, entendemos que mi cliente ha sido víctima de una traición. Ella solo salió a caminar, como cada mañana. Fue la serpiente quien influyó de una manera tal que causó un estado pasional en mi cliente del que no se pudo sustraer. Es evidente que cogió la manzana, sí, pero con una merma en sus facultades mentales que le exime de toda culpa”
    El juzgador no acogió el argumento. La serpiente había sido un mero cómplice, apuntó antes de señalar el fallo: Expulsión.
    Adán lloró. Se había enamorado de su cliente. Había nacido entre ellos una gran intimidad. Decidió acompañarla en su destierro.

    | Abril 2018
     Participante
     Votos recibidos por la Comunidad: 2

  • Eternamente abogado

    La herencia de Doña Faustina derivó en la angustia y una pérdida de mis facultades mentales. Cinco años enterrado entre papeles, asfixiado por un expediente interminable y obligado a litigar con hermanos, sobrinos, nietos, cuñados, madrastras, yernos, suegros. Después de todo, la fatiga casi gana a mi compromiso vocacional con la abogacía.
    Hubo días en que llegue a soñar con declaraciones de herederos y cuadernos particionales. No conseguía quitármelo de la cabeza. Formaba parte de mi naturaleza, se había adherido a mis pensamientos. Recuerdo haberle dicho a mí mujer, el día de nuestro aniversario, que la amaba, aunque solo llegase a ser usufructuaria de un tercio. Me miró con extrañeza y torció una ceja. Cuestión hereditaria, dije.
    Lo peor era pensar que Faustina solo peleaba por una cosa sin valor: la cajita de música de su abuela, vaya. Nada más. Y allí estaba yo. Abogado. Eternamente abogado.

    | Febrero 2018
     Participante
     Votos recibidos por la Comunidad: 9

  • Juzgando un viejo amor adolescente

    Siempre me resultó sospechoso que Peter no hubiese acudido a la cita el día de los hechos. Hasta entonces, todos los días se presentaba en mi balcón con el propósito de cortejarme. Y aunque a su alrededor todo un circo de chicos y chicas le bailaba el agua, supongo que estaba verdaderamente enamorado de mí.
    Ahora que al cabo de tantos años se habían descubierto los hechos, resultaba difícil definir su conducta. Sobre todo siendo yo la que juzgaba. ¿Homicidio imprudente? ¿Omisión del deber de socorro?
    Durante su interrogatorio traté de mirarle a los ojos, y entreví un rescoldo de aquel viejo amor adolescente. ¿Cómo aquel chaval risueño había cambiado de la noche a la mañana? ¿Qué había pasado para que aquella noche tirase al mar al viejo capitán para que su cuerpo sirviese de suculenta sobremesa al cocodrilo?
    ¿Cómo podía condenarle cuando aún me parecía escuchar ese "querida Wendy"?

    | Enero 2018
     Participante
     Votos recibidos por la Comunidad: 16

  • Vocación temprana

    Comencé ejerciendo la abogacía en el patio del colegio. Allí todo era un juicio rápido y sumarísimo. Los delitos que se cometían no pasaban más que por esconder la mochila al prójimo, robarle el bocata o la guía del alumno. Eso sí, en la instrucción de cada caso se hacía imprescindible una minuciosa investigación: recopilación de pruebas, careo entre testigos ("fue Fulano, fue Mengano"), etc. Para reparar el delito a veces se exigía dar una vuelta al patio del colegio, comprar un bocadillo al ofendido o hacerle los deberes durante una semana.
    Recuerdo mi primer caso. Mi cliente era "el Tripas" y estaba acusado de robar un bocata de chorizo a Julen. Pese a las pruebas incriminatorias (manchas de grasa en los dedos, migas en la mochila y un trozo de papel albal en el pupitre), logramos la libre absolución. Fue entonces cuando comprendí que lo mío era vocacional.

    | Septiembre 2017
     Participante
     Votos recibidos por la Comunidad: 14

  • Libre absolución para la Reina

    Por último, insistir, señoría, en la inocencia de mi cliente. En efecto, hasta el mismo día de hoy, no se le ha tratado como presunta culpable de una tentativa de homicidio, sino como una vulgar maleante. Se ha llegado a decir que era "La Reina Malvada". Pero no. Ella no puso esa manzana con la intención de cometer un crimen, sino en un puro afán científico. Fue su hijastra, Blancanieves, la que en un ejercicio de imprudencia, obviando las más mínimas condiciones de seguridad e higiene, cogió la manzana de la cesta. No se digno a ir al jardín y coger un taburete para encaramarse a un árbol. Quería lo fácil. No se preguntó si era comestible o no. No. Por tanto, no existe incumplimiento por parte de mi representada. Antes bien, se ha mostrado siempre enormemente diligente en sus funciones.
    Procede, pues, la libre absolución de mi cliente.

    | Julio 2017
     Participante
     Votos recibidos por la Comunidad: 8

  • La licencia del capitán

    Cuando llegó a mi despacho aquel desarrapado Capitán Garfio me entraron dudas, lo reconozco. Mi colega decía que había caso, que teníamos que investigar sobre derecho marítimo. Él era así, lanzado, sin medir los pros y los contras. Yo, por el contrario, miré al capitán con escepticismo. Decía que tenía licencia para navegar por tierras de Nunca Jamás, que no había sobrepasado ninguna linde.
    Desde luego, era el cliente más estrambótico de todos. Más, incluso, que aquella lunática que encontraron en la arena de la playa, y que quería ejercer una acción de filiación contra el Rey Tritón. Lo despejé fácil: inviolabilidad por sangre real, y tal...
    Pero lo de Garfio... Eso era imposible. No había un solo documento que avalase su licencia. Solo un testigo, un tal Barrie... y estaba muerto. Por no hablar del tema honorarios... Al ver su mano derecha me entraban escalofríos solo de pensarlo.

    | Junio 2017
     Participante
     Votos recibidos por la Comunidad: 9

  • La herencia de Heidi

    Heidi acudió a mi despacho a primera hora para solventar la herencia de su abuelo. Ahora mismo, me arrepiento de haber sido tan cruelmente realista. Sobre todo cuando comenzó a hablar sobre los derechos de cierta casa de la pradera.
    —Sí, Heidi, eso está muy bien, pero, comprenderás que hay quien discute tu legitimidad en la herencia, ¿no?
    —Sí, está el problema de ese tal Marco. ¡Qué dolor de cabeza!
    —Por no mencionar a Ariel, a Aladín, a Simba...
    —¿Simba? Por Dios, ¡si no es más que un león!
    —Comprendo, comprendo... En fin, creo que sería conveniente hacer una prueba de ADN. Ya sabes, para despejar dudas. No vaya a ser que a alguien le dé una ventolera. Sé que es un hecho notorio que eres la nieta, pero, vaya...
    —Litigar es una pandemia —sentenció.
    La anciana se fue con el rostro aletargado. Me arrepiento de haber sido tan crudo.

    | Mayo 2017
     Participante
     Votos recibidos por la Comunidad: 6

  • La toga por el hábito

    Agotado del mucho litigar y del poco descansar, el joven abogado decidió encerrarse en un monasterio, a vivir vida contemplativa. Allí la paz vencía a la premura, y el tiempo se paralizaba en un delicioso ángulo de reposo.
    Sin embargo, pronto se dejó llevar por los viejos vicios de siempre. El padre prior quedó escandalizado cuando, al explicarle las reglas de San Benito, aquel mentecato que había dejado la toga por la cogulla, le replicabla con un "disconforme con el correlativo" a cada una de las máximas que le enseñaba.
    Sin embargo, el desacato mayor fue cuando, en medio de aquel confiteor cantado, justo en la parte del "por mi culpa, por mi gran culpa", el picapleitos quiso formular recurso. Violación de la presunción de inocencia, decía en su argumentario. Algunos le miraron con ojos desencajados. Al echarle de la celebración, él, por supuesto, formuló respetuosa protesta.

    | Abril 2017
     Finalista
     Votos recibidos por la Comunidad: 12

  • El caso más importante

    Llevo varios días preparándome el trámite de conclusiones, es el caso de mi vida. He dedicado horas a imaginar la deliciosa panorámica que se me presentaba: el juez atento, el rival entregado, el testigo anonadado. Confieso haber dedicado varias tardes a estudiar la actitud a adoptar, si llevar o no algunas notas, o si me valía yo solo, desnudo con la toga puesta.
    El doctor entra. Es como los magistrados de toda la vida, solo que con bata verde. "Don Aurelio, ¿está bien? ¿recuerda lo que le dije sobre la operación? ¿No?", me dice pausadamente mientras me enseña un gráfico en alto. "Pobrecito, ha perdido la memoria", le dice con cara de circunspección a mis hijos. Como si el Alzheimer me impidiese saber que estoy ante el caso más grande de mi vida.
    Mientras todo se apaga en un lento eclipse, adquiero la seguridad de que saldrá sentencia estimatoria.

    | Julio 2016
     Participante
     Votos recibidos por la Comunidad: 22