Imagen de perfilLA CONFESIÓN

JUAN LOZANO GARROTE 

Cuando aquel juez acudió a la parroquia para confesarse, el viejo cura rural tuvo que abrir el glosario de penas y penitencias. “Me acuso de soberbia, padre, en mi vida he admitido un recurso de reposición”, señaló contrito el magistrado. El cura se estremeció ante la confesión y un aire helado le recorrió el espinazo. Superado el impacto inicial, quiso tirar de misericordia antes de sentenciar: “¿Al menos habrá usted dictado alguna medida cautelar?”. “Sí, padre, pero muy pocas a instancia de parte”, resopló con crudeza su señoría. El párroco, pensando que aquello tenía difícil perdón, quiso ser el héroe de aquella alma herida, y preguntó: “¿Cuántos reconocimientos judiciales has practicado, hijo mío?”. “Ninguno, padre, ninguno”.
Al poco rato, el juez marchó tembloroso. La penitencia para curar su soberbia había sido dictar una nulidad de actuaciones.

 

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