JESÚS LLOP PUIG

Microrrelatos publicados

  • La voz de la verdad

    Soy de natural inquisitivo. Cuando me topo con algo que no entiendo del todo (o no entiendo en absoluto) aplico toda mi energía a desbrozar el camino hasta llegar a una explicación convincente. Probablemente fue esa característica la que me condujo al desempeño de la abogacía.
    No hace mucho llegó a mis manos un caso en el que tuve ocasión de ejercitar mi curiosidad innata. Mi representado parecía sincero; su relato, también. El problema era que la otra parte presentaba una versión alternativa que ofrecía igual verosimilitud.
    Intenté renovar mi arsenal argumentativo mediante la lectura de novelas de detectives; repasé manuales de Derecho penal; llegué a estudiar lo más asequible del viejo Aristóteles.
    Nada pude hacer. Frente al motor carbonizado del coche de mi cliente –que era de gasolina- la defensa aportó un único testimonio, de voz apenas humana pero persuasiva:
    —Ha elegido usted gasóleo A.

    | Abril 2021
     Participante
     Votos recibidos por la Comunidad: 9

  • Luz en la oscuridad

    Para los momentos difíciles, la joven abogada contaba con un arsenal de frases lapidarias. “Nada en exceso”, se decía, recordando el consejo de Apolo, cuando tenía que pasar el día con un plato de espagueti napolitana. “El buen paño, en el arca se vende”, pensaba cuando buscaba empleo.
    En una ocasión se preguntó si no tendría un compromiso injustificado con sus ideas: “El camino de en medio es el único que no lleva a Roma”, dejó dicho aquel compositor austríaco. “Menos es más” aliviaba la estrechez de su vivienda. El resiliente “Venceréis, pero no convenceréis” le permitía construir cada día con ilusión en el desolado paisaje urbano que la rodeaba.
    Un día se encontró de rebote con un caso imposible, sin tiempo material para prepararlo.
    “El gladiador decide en la arena”.
    Planteó una defensa nunca vista, inteligente, arriesgada; y ganó el caso.
    La Fortuna ayuda a los audaces.

    | Marzo 2021
     Participante
     Votos recibidos por la Comunidad: 43

  • Factor 30

    El hombre se presentó con un maletín y una carta de despido. Me resumió los hechos: veintisiete años en “Hierros Sobral Hnos”, ningún problema —que recordase— con la gerencia y, de pronto, cuando esperaba la renovación, una hoja DIN A4 cuyas líneas parecían converger en la frase “prescindir de sus servicios”.
    —Por lo que leo aquí, el juez debería sentenciar a nuestro favor, pero, claro...
    —Usted haga lo que pueda. En todo caso, tengo plan B.
    Del maletín sacó un frasco de crema solar.
    —Si perdemos, cogeré esto y volaré a una isla del Pacífico, hasta que el cuerpo aguante, o hasta el infinito. Me da igual.
    Pero ganamos. Mi cliente estaba contentísimo. Hasta me regaló la crema como recuerdo.
    Fui feliz. Lo había sido siempre como abogado, treinta años ya. Era el momento.
    Ahora tengo que apagar el móvil. Mi avión (de Polynesian Airlines) tomará tierra en breve.

    | Mayo 2018
     Participante

  • La tierra de nuestros padres

    A su muerte, mi bisabuela María legó el herreñal a sus cinco hijos. Uno de ellos era mi abuelo Miguel, que por entonces aún no sabía que la herencia sería un pequeño lío. Y no porque les diera por litigar ni nada parecido, no. Sencillamente, no había forma de que se encontrasen para hablarlo. Estábamos en 1970 y no acechaba ningún peligro de pérdida de valor de la propiedad. Pero los cinco hermanos, que ya rondaban los sesenta, empezaron un día a pensar que tal vez no fueran a vivir siempre. Al final, ya por fatiga, contrataron a un abogado. “¿Qué es un herreñal?” fue lo primero que preguntó. “Un campo de forraje”, contestó mi abuelo. El letrado medió, ponderó, aconsejó…No hubo manera. Cuando ya empezaban a enfadarse, el ayuntamiento les hizo una oferta.
    Mi abuelo Miguel descansa en su pueblo: Cementerio del Herreñal, tumba número 17.

    | Febrero 2018
     Participante
     Votos recibidos por la Comunidad: 20

  • Sucedió una noche

    —Para ser abogado no me distingo precisamente por seguir el protocolo; mis actos —mi vida entera— son un enorme defecto de forma, señoría. Si muero joven, espero que mi madre no mantenga mi habitación “tal como él la dejó”. ¡Vaya leonera! Y lo digo aquí, ante esta respetable concurrencia y… ¡con esta piruleta de piña en la boca!
    — ¡Agentes!— solicitó el juez, que había escuchado al letrado con creciente malestar.
    — ¡Señoría, por favor! Sólo pretendo actualizar la justicia; me mueve la transparencia, el amor a la verdad ¡sin trampa ni cartón!
    — ¡Agentes!—insistió el juez— ¡Desalojen al señor letrado!
    —Una oferta que no puedo rechazar…
    — ¿Y a mí quién me defiende, señor juez?—planteó, inquieto, el acusado.
    — ¿Hay algún abogado entre el público?—inquirió, a su vez, su señoría.
    —Yo sé algo de Derecho…—terció el busto de Cicerón que ambientaba un rincón de la sala.
    (Fundido en negro)

    | Marzo 2017
     Participante
     Votos recibidos por la Comunidad: 11

  • Orador

    ¡Qué discurso!
    Había oído defensas vehementes, o muy bien estructuradas, pero lo de ese joven rompía la baraja. Las palabras de nuestra lengua sonaban en sus labios frescas, relucientes, como si nunca antes hubiesen sido pronunciadas. Sus frases —todas sus frases— tenían la suavidad de un verso y la contundencia de un titular. Había sustituido, en el último momento, al abogado de Sixto Rojo. Oí algo de que había estudiado en el extranjero; en Italia, creo. Le había quedado un acento peculiar, dulce como el italiano pero, no sé, más solemne. Tenía una forma incomparable de decir In dubiis abstine o exceptio veritatis.
    Sin apenas estudiar el sumario, ganó el caso. Me impresionó. Lo busqué —sin éxito— en el anuario digital del Colegio.
    Dos o tres semanas más tarde me crucé con él. “Te vi en el juicio. ¿Cómo te llamas?” “Tulio; Marco Tulio.”

    | Mayo 2015
     Participante