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Nicolás Montiel Puerta 

Avanzo sorteando los rostros de todos los niños que sus padres me ofrecen como trofeos, obsequios preciosos que desean preservar. El caos, el riesgo de los disparos lejanos cada vez más cercanos, la visible desesperación y el silencio del miedo que todo lo envuelve.
Mis ojos se centran en mis botas de occidental protegido por la casualidad de un pasaporte concreto. Un geo me empuja para que suba al avión, conminándome a no mirar atrás, pero atrás es donde se quedan ellos, mis compañeros abogados con los que llevo trabajando nueve años en una destartalada oficina para la reordenación del tejido de suelo cultivable, tan escaso como sufrido.
Trajimos palabras como Libertad, Justicia, Igualdad, Solidaridad, Progreso, y las hemos dejado caer al suelo desde nuestras bocas mentirosas, pisoteándolas con el paso cobarde de nuestra huida.
Menos mal que la bodega de este avión no tiene ventanillas.

 

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