Mª Montserrat Arellano Martínez

Microrrelatos publicados

  • Regeneración

    Sumergida en el bullicio en crecimiento del bar, la mujer se apretaba las manos, inquieta, una isla de preocupación en aquel ambiente inclusivo. De repente, la ajada campanilla señaló la entrada de un tipo de mediana edad, traje negro, maletín en mano y patinete multicolor sujeto bajo el brazo. Con paso desenvuelto, se dirigió hacia ella, sonriente: ¨Todo ha ido bien. Prohibición de acercamiento y uso de la vivienda. También te ayudarán a conseguir un nuevo empleo. Estamos de suerte. Quieren promover la visibilidad de estos casos¨. La mujer no sonrió. Aflojando poco a poco los puños, irguió la espalda, sacó un billete del bolso y lo dejó sobre la barra. ¨Gracias¨, dijo simplemente, mirándolo a los ojos, y se marchó con paso firme. Eulogio se subió al taburete y pidió una copa de cava. Quien lo hubiera dicho, tras el despido. Un día verdaderamente productivo en la nueva oficina.

    | Febrero 2020
     Participante
     Votos recibidos por la Comunidad: 26

  • Abogado

    Es frustrante, a los ciento uno, cuando tu cerebro bulle, pero tu cuerpo te engaña. Cuando no queda nadie, pero las voces bailan borrosas a tu alrededor. Esperando la partida definitiva sin haber aprendido nunca a jugar. Quizás por eso acepté su proposición. Un cuerpo artificial. Una transformación totalmente eficiente. Mis neuronas, milagrosamente activas, en un nuevo contenedor. ¿El regreso a la inocencia? Dudé un instante, pero ya está hecho. Abro los ojos en la blanca habitación. Me levanto, mis nuevas piernas de titanio vacilantes como las de un potrillo. Tras la ventana, el mundo se agita en colores. El estruendo me hace volverme. Un joven celador de piel oscura acaba de crear el caos sobre el suelo impoluto. La enfermera le hace encogerse con varios insultos escogidos. Sonrío. ¿Sabrá a qué tiene derecho? Creo que, al final, no será la máquina lo que me mantenga vivo, sino otro desafío.

    | Abril 2019
     Participante
     Votos recibidos por la Comunidad: 1

  • Silencio

    Pasos precipitados retumban en la soledad cavernosa del templo, alejándose furtivamente. Inmóvil ante el confesonario, una gelidez paralizante traspasa el blanco lino de mi túnica y al hombre de su interior. La custodia resulta fría y pesada entre mis manos doloridas, cuando la devuelvo al retablo. Levanto una mirada rabiosa y triste. Deposito la estola en la sacristía y salgo al jardín desierto. Retazos de nieve sucia se acumulan bajo los zarzales. El mal tiempo conseguirá ahogar los brotes este año. Fatigado, me dejo caer sobre una de las piedras del muro centenario. Antiguo letrado, ahora solo soy un modesto vicario ante mis parroquianos. Su abogado ante Dios. Maniatado por un doble deber, no puedo medir con otro baremo. Alzo la vista. Un columpio martirizado se mece al ritmo de la desapacible brisa, chirriando lastimosamente. Aprieto mis nudillos lacerados en un puño, y me alegro del dolor.

    | Marzo 2018
     Participante
     Votos recibidos por la Comunidad: 13

  • Indivisible

    Mis ojos, desde la altura superior del estrado, siguen con terquedad los movimientos del abogadillo que deambula por la sala. Impecable, distinguido, despliega su defensa con una voz acariciadora y un discurso intenso, fascinador, aunque su argumentario maniqueo asoma por las costuras. De pronto, levanta la mirada. Su voz se entrecorta. Me ha reconocido. La temperatura de la sala desciende diez grados mientras nuestros recuerdos retroceden diez años. Una obstinada chica de barrio con metas imposibles y un acomodado galán al que litigar le venía de casta. El sueño se acabó pero, al final, fui yo quien ganó la partida, sin reyes ni ases, solo con mi humilde juego correlativo. Llamo a los abogados y acuden con premura. Hay mucho en juego. Él transpira. El pobre mentecato supone que quebrantaré mi imparcialidad porqué él partió mi corazón. No debería pensarlo. El corazón de un juez es un bien indivisible.

    | Abril 2017
     Participante
     Votos recibidos por la Comunidad: 2

  • Cercado

    Llegamos al martes. Hace tan solo seis días y ya he desaparecido por completo, mimetizado entre el polvo y las tiendas, asimilado al resto de seres hacinados. Mi traje, para el que ahorré un año entero, está arrugado y sucio. Qué importa. No me va a servir de nada aquí ser abogado. El recuerdo del mar me atormenta, el pánico de la huida se ha instalado en mi pecho, ahogando mis principios, por los que tanto luché. La tierra firme del campo, con su monótona desesperanza, acaba siendo preferible al miedo. El tiempo que va goteando lentamente es vida, aunque sea a la sombra de la alambrada. Refugiado. Me siento más como un carnero dentro del vallado, rodeado de perros pastores que me miran con desconfianza. Refugiado o prisionero. Hombre o res. Huir o volver.

    | Junio 2016
     Participante