Imagen de perfilLA VERDAD CALLADA

Eva María Algar García 

La reconocí al instante, aunque la última vez que la vi era una niña. Sus ojos despiertos color mar y una marca en el cuello de forma estrellada eran inconfundibles.
Se presentó en mi despacho, resuelta y risueña, con una carta de recomendación. Súbitamente, una vorágine de sentimientos encontrados me arrolló e intenté mantener la calma.
Tomó asiento, me mostró su currículum y fingí leerlo.
-“Empiezas mañana”, le dije con rotundidad.
Contratarla en el bufete era lo mínimo que debía hacer, pues otra cosa, de momento, no le podía regalar.
No sé si me atreveré a confesarle algún día que un bebé gestado en el auto de una desconocida perjudicaba mi estatus social y escogí la alternativa más fácil, aunque menos legal.
Quizá el destino me ofrezca una segunda oportunidad para demostrarme que nunca debí renunciar a mi hija. Si es tarde para enmendar mis errores, el tiempo lo dirá…

 

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