Montse Colmenarejo

Microrrelatos publicados

  • Los rudimentos del Derecho

    Leí la noticia en el periódico. Un joven madrileño, estudiante de Derecho, se había proclamado campeón del mundo en oratoria. Se resaltaba el agradecimiento del futuro abogado a su madre.
    El nombre me resultó familiar. Recordé entonces varios años atrás; cuando, ante el escaso sueldo de su marido, aquella madre coraje apareció en el despacho ofreciéndose como limpiadora por horas.
    Tiempo después nos contó que con el beso de buenas noches, sentada en la cama, con lo que iba oyendo, se dedicaba a impartir nociones de derecho a su hijo. Le narraba historias de luchadores y luchadoras de la ley, profesionales comprometidos en la defensa y en la ayuda a las personas para navegar en un sistema que a menudo parecía estar diseñado para negarles justicia.
    Dejé el periódico y con una sonrisa me dispuse a comenzar una nueva jornada.
    Los procedimientos y los plazos perentorios iban a pesar menos.

    | Junio 2024
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  • Lejos de la juventud

    Con aspecto decidido, Elena acudió de buena mañana al despacho. Necesitaba que le tramitáramos medidas de apoyo para personas con discapacidad. Su prioridad era proteger su persona y salvaguardar sus bienes. «Necesito afrontar jurídicamente mi progresiva pérdida de memoria», dijo.

    Menuda sorpresa se iban a llevar sus hijos si pensaban que alguno de ellos iba a ser su curador por decreto. De eso nada. Su curador sería Manuel, su primer novio.
    Aún recordaba su nombre, sus ojos aceitunados, su piel morena, y aquellas aspiraciones de querer comerse el mundo juntos. El alzheimer todavía no se había llevado eso. La nada no era absoluta.
    Aunque no sabía por cuánto tiempo, ella y Manuel, ahora viudos, tenían algo pendiente.

    —Tal vez fui del gremio —se despidió del despacho con una pícara sonrisa—, me siento cómoda entre abogados. A veces, mientras limpio, rememoro artículos del Código Civil y siento un efímero regocijo.

    | Febrero 2024
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  • Nunca es demasiado tarde

    A Rosa le dolían las rodillas y los recuerdos.
    Desde muy niña tuvo que dejar la escuela para servir en la casa de uno de los señoritos del pueblo. Fue la sacrificada para que su hermano pudiera estudiar.
    Por las noches salía a hurtadillas e iba a la iglesia. "No te quiero", recriminaba a la imagen del Cristo crucificado. “Nos disteis los mandamientos, pero quedó mucho por legislar”.
    "Creo que sí te quiero," rectificaba y se iluminaban sus ojos color violeta cuando podía conciliar los quehaceres diarios y la lectura de libros portadores de historias maravillosas.
    Como modelo de mujer se volvió a sacrificar para criar cinco hijos. Sin atisbo de mejora tras la brecha generacional, después vinieron los nietos y sus cuidados.
    Rosa ha cumplido setenta y cinco años y recita el artículo 14 mientras prepara su examen de Derecho Constitucional.
    "Gracias", musita besando el crucifijo de su dormitorio.

    | Marzo 2023
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