José María Izarra Cantero
Microrrelatos publicados
Por arte de birlibirloque
La toga es una tortura en el mes de julio, sobre todo si en la máquina de vending se han agotado los botellines de agua y en la sala no funciona el aire acondicionado. Como aquel día en que, designado por mi colegio, tuve que asistir a un caboverdiano que había decidido recurrir su expulsión. Allí sudábamos todos, y el concernido, desoyéndome, dio en declarar más de la cuenta, llevado a engaño por el tono confianzudo de su señoría, que, acto seguido, falló como procedente la expulsión del expedientado, requiriendo a la policía para que se lo llevasen al CIE. ¡Pobre hombre! Solicité al juez que me permitiese un momento a solas con mi cliente en la sala de testigos. Accedió. No nos demoramos más de lo que se tarda en quitar y poner una toga. Le deseé suerte. Me quedé esperando a que los agentes entraran a por él.
| Julio 2018
Participante
Votos recibidos por la Comunidad: 12Quién dijo edad
Sesenta años de abogar por la inocencia de sus defendidos, los mismos que hacía que cohabitaba con la mujer con la que nunca se había desposado. Ella no creía en el matrimonio y de ninguna manera esperaba que su amor durase para siempre.
Memoraba lo cual mientras escrutaba un albarán abandonado por la empresa de reformas. Había tenido que ensanchar los vanos de las puertas y sustituir la bañera por un plato de ducha, porque su compañera, enferma de Alzheimer, hacía ya meses que se había visto postrada en una silla de ruedas.
Ya no hablaban el mismo idioma; de hecho, ella había dejado de hablar y de entender. Aprovechando tal vicisitud, se había decidido a poner un anillo de compromiso ―precisamente el San Raimundo de Peñafort que lo observaba desde el cuadro de la pared no le iba a censurar el gesto― en el dedo correspondiente de la anciana.| Junio 2018
Participante
Votos recibidos por la Comunidad: 2Apelación
“¡No seas mentecato, hombre!” fue la primera frase que pronunció después de que su cliente se mostrara remiso a interponer el recurso correlativo. “Lo tenemos ganado. Hay jurisprudencia al respecto”, razonó aquel letrado seguidamente. Aun así, el cliente, mohíno, rezongó: “Sin esa prueba, no hay nada que hacer.” A lo cual el letrado, tirando de galones, repuso: “¿Quién es aquí el abogado? ¿No querías litigar porque no te valía que te adoptase? ¡Pues déjame hacer! Créeme, es la única forma”. El cliente muequeó, incrédulo. “¿Y qué vas a esgrimir ahora?”, preguntó. “Básicamente, el mismo argumentario, incidiendo en la premura con la que el demandado habrá de someterse a la prueba requerida, y en que la negativa de este, de acuerdo con la doctrina, deberá entenderse favorable a nuestra pretensión…” “Así que —interrumpió el cliente, rascándose la cabeza— ¿pronto voy a poder llamarte papá con todas las de la ley?”
| Abril 2017
ParticipanteAño 2032
Subió el estor. Transparencia atmosférica máxima. Al aseo. Se detuvo brevemente ante el espejo para observar el cartón de su cabeza. Ni un hierbajo residual. Resignación. Se vistió a trochemoche. Después de otear la surtida mesa del desayuno (pastillas de todos los colores), prefirió echar mano de una piruleta y salir disparado hacia la ciudad de la justicia. Estaba citado a las nueve ante la Ilma. Máquina Sentenciadora nº 7 y aún tenía que convertir su alegato a PDF para, en tiempo, enchufárselo a su señoría vía USB. A menos cuarto ya estaba en el pabellón de lo Penal. Elevada concurrencia. Guirigay. Encendió el portátil. “Su sistema informático se va a actualizar a Windows 25. Espere a que finalice el proceso”. “¡Adiós defensa!”, se dijo. A su cliente iba a caerle la del fiscal. Cumplido el protocolo, nueve y cuarto en punto, la máquina emitió su veredicto: “Su tabaco. Gracias.”
| Marzo 2017
Participante
Votos recibidos por la Comunidad: 6