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Nicolás Montiel Puerta 

Ella le rozó la mano y sus miradas se enredaron. Él quiso ser viento, ella quiso ser lluvia, los dos quisieron ser mar. Y eso les llevó a invertir todo cuanto tenían en la producción incansable de besos, caricias, abrazos, risas, sueños y esperanzas. Pero un mal día, sin reparar en ello, dejaron de mirarse, de hablarse, y, lo que es todavía peor, de susurrarse, y su particular industria matrimonial quebró. Y descubrieron su absoluta incapacidad para la adaptación a un nuevo modo de amanecer cada mañana.
Hoy, sentados frente a frente, asistidos por sus abogados, ponen punto y final a lo que ocupó trece años de sus vidas, y lo hacen con un convenio regulador en el que no hay espacio, ni siquiera un maldito párrafo, para hacer constar cuánto se quisieron hasta que el viento dejó de despeinarlos, la lluvia de mojarlos, y el mar de reconfortarlos.

 

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