Imagen de perfilEl cuento de la abogada

Marta Trutxuelo García 

Desde hace un rato me sigue como un perrito faldero. Lleva una libreta y, lápiz en mano, mi hija es la viva imagen de la expectación. Comienza el bombardeo de preguntas: «¿Todas las sentencias son justas?» Y debatimos sobre el reciente fallo que reduce una violación a un simple abuso. «¿La justicia es igual para todos?» Y comentamos la grabación que muestra cómo unas cremas aparecieron en el bolso de una representante pública sin pasar por la caja del supermercado. «¿En los juicios siempre se dice la verdad?» Entre los infinitos ejemplos hoy, primero de mayo, sólo recuerdo eufemismos como apelar a la imposibilidad de renovación de contratos para amparar despidos improcedentes. «¿Crees en la justicia?», es su última pregunta. Y llega el momento de sentenciar: cuando mi hija me lee su redacción sobre lo que significa ser abogada me recuerda por qué aún quiero, pese a todo, seguir siéndolo.

 

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