Intercambio de miradas
Patricia S B · madridEl guardia me guió apresuradamente por los oscuros pasillos hasta el calabozo, me abrió la puerta y me dejó a solas con el detenido, que estaba desvencijado sobre una silla; tras la paliza que le habían propinado con impunidad, se encontraba reducido a un amasijo de sangre, huesos rotos y hematomas.
Mientras le explicaba mecánicamente mi cometido allí como abogada y su situación como detenido, levantó con esfuerzo su cabeza y, en nuestro primer intercambio de miradas, reconocí aquéllos ojos tan falimiliares para mi:
– Marcos ¿qué ha pasado?
– Hermanita, es mejor que no lo sepas.
– A pesar de todo lo que ha pasado entre nosotros, ahora mismo no estás en posición de desestimar mi ayuda.