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María Sergia Martín González- towanda 

Me había granjeado la confianza del despacho, cuando mi socio me puso en antecedentes: los Gramunt querían adoptar un bebé. Yo les representaría. Sin duda, un gran privilegio para un abogado novato. Consumí horas de biblioteca, estudiando los requisitos requeridos: edad de los adoptantes, tiempo de convivencia… No podía echar nada al olvido. El panorama era desalentador. Si bien, Mariona Gramunt era una mujer joven, su esposo rondaba los cincuenta, circunstancia que aumentaba la edad del adoptado. Fui explícito al plantearles esta dificultad, pero decidieron proseguir. Fueron años de trámites interminables, como enhebrar un collar con cuentas infinitas.

Un día caprichoso, Gramunt resolvió desentenderse del proceso y de su esposa, en ese orden. Por aquel entonces, mis implicaciones emocionales no me permitieron abandonarla.

Hoy han llegado a mis manos los papeles definitivos. Emocionado, he telefoneado a Mariona para comunicarle que, por fin, vamos a cumplir nuestro sueño de ser padres.

 

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