Susana Revuelta Sagastizábal
Microrrelatos publicados
El cliente
Centelleaba con tanto rencor su mirada que si hubiese sido viento podría haber derribado un roble milenario o levantado una tempestad. Un desagradecido, eso es lo que era. Mil veces me había repetido que a la cárcel no quería volver, que antes se mataría, que las rayas del uniforme de preso le disturbaban, que los grilletes le apretaban mucho, que en las celdas de dos por dos apenas cabía… Y que comprase al jurado, al juez, o lo que hiciese falta, pero que evitase un nuevo pleito, las deliberaciones, los juicios mediáticos y los recursos interminables.
Y eso hice. Pero claro, intentando conciliar sus intereses con los de la comunidad. Porque a un monstruo así desde luego que en la calle no iba a dejarlo, menudo peligro. «Además la camisa de fuerza te sienta fenomenal», le dije mientras cerraba tras de mí la puerta de la habitación acolchada.| Febrero 2019
Finalista
Votos recibidos por la Comunidad: 6Bloqueo
Se levanta a las siete puntual cada mañana. Mientras sorbe en silencio el café, termino de anudarle la corbata. Su mirada divaga perdida en el infinito cielo crepuscular. Por disimular su tristeza, asegura que le emociona el frágil equilibrio del tráfico. «Un ecosistema perfecto» suele sentenciar. Habla así desde que engaña las horas en algún parque viendo afanarse a hormigas y arañas, o pelearse patos y palomas por las migajas del pan que cuando no miro se guarda.
Antes de salir con su maletín descolorido, me cuenta que hoy toca juzgados. Ayer tenía la renovación del DNI. ¿Qué inventará mañana? Lleva desde el despido fingiendo, y sollozando a escondidas en el baño. A mí no me quedan lágrimas ya.
Le veo subirse al autobús que va en sentido contrario. Ni siquiera en eso repara. Ni en que la chaqueta crema que lleva puesta no combina con la corbata de rayas.| Mayo 2018
Participante
Votos recibidos por la Comunidad: 2Deliberaciones
Caminar hasta el trabajo, qué vulgaridad. Un juez elegante tiene que llegar a los juzgados en coche, no oliendo a sudor. Por mucho que insista el médico con lo de los kilos de más. Encima, los atascos me rinden una barbaridad. Entre agentes de tráfico y stops, resuelvo el primer expediente de la mañana con la cabeza muy despejada. Porque ir al volante, completamente solo, escuchando música de jazz… esa intimidad no la encuentro en ningún otro sitio. En casa siempre están que si esto o que si aquello; en el despacho, señoría que si tal o que si cual. Y así no se puede trabajar.
Si me trabo con algún veredicto, y para poder seguir meditando, simulo a traición que se me ha calado el coche al abrirse un semáforo y no lo arranco hasta que vuelve a cerrarse otra vez. Todas las veces que sean necesarias, faltaría más.| Abril 2018
Participante
Votos recibidos por la Comunidad: 6Juez y parte
La fotografía grapada al informe «Atraco a farmacia» mostraba un individuo joven, con greñas, ceñudo, desdentado. Notó un ligero temblor en las manos. «Culpable», sentenció, «ni juicio ni leches». Según su baremo, a esos piojosos les venía muy bien pasarse una temporadita en chirona: cama gratis, comida caliente y metadona a tutiplén.
Se levantó del butacón para desentumecerse junto a la ventana. Enfrente, un columpio vacío se mecía al ritmo de la hojarasca azuzada por el viento. ¿Cuándo había perdido la custodia de Diego? Ah, sí, en el 98, cuando ganó la Sánchez Vicario el Roland Garros. Era un mocoso aún, y la madre una histérica que solo a hostias le dejaba ver tranquilo la tele. Pero ¿por qué había renegado el miserable de su apellido?
Minutos antes de la vista, sacó una petaca y dio un largo trago; le faltaba coraje para enfrentarse a la mirada de aquel desgraciado.| Marzo 2018
Participante
Votos recibidos por la Comunidad: 8