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Susana Revuelta Sagastizábal 

Caminar hasta el trabajo, qué vulgaridad. Un juez elegante tiene que llegar a los juzgados en coche, no oliendo a sudor. Por mucho que insista el médico con lo de los kilos de más. Encima, los atascos me rinden una barbaridad. Entre agentes de tráfico y stops, resuelvo el primer expediente de la mañana con la cabeza muy despejada. Porque ir al volante, completamente solo, escuchando música de jazz… esa intimidad no la encuentro en ningún otro sitio. En casa siempre están que si esto o que si aquello; en el despacho, señoría que si tal o que si cual. Y así no se puede trabajar.
Si me trabo con algún veredicto, y para poder seguir meditando, simulo a traición que se me ha calado el coche al abrirse un semáforo y no lo arranco hasta que vuelve a cerrarse otra vez. Todas las veces que sean necesarias, faltaría más.

 

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