Imagen de perfilEL CAOS NO HACE DISTINCIONES

Ana María Abad García 

La reforma del edificio de los juzgados traía de cabeza a jueces y letrados por igual. Los reos se quejaban continuamente del ruido, del polvo, y en especial del frío que se colaba por las ventanas sin cristales. Los propios obreros también estaban deseando finalizar las obras porque todos los días se tropezaban con una cláusula aplastada tras un ladrillo, una estipulación atascada dentro de una tubería, o un requerimiento enterrado bajo un saco de yeso. Los expedientes desaparecían, las diligencias se daban a la fuga y la pétrea efigie de la Justicia se había colocado, aparte de la venda en los ojos, tapones en los oídos, porque decía que le resultaba imposible concentrarse con semejante barbarie. “En estas condiciones no se puede trabajar”, rezaba esta mañana una pancarta bajo la ilustre señora.

 

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