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LOLA SANABRIA GARCÍA 

Jadeaba cuando asomó la cabeza de detrás de la mesa de su despacho. Era visible que estaba roja de puro sofoco. El pelo, una nube algodonada y rosa, le caía alborotado sobre los hombros. El fiscal pidió perdón antes de retroceder unos pasos y salir. El amante dejó también su escondite. Había conseguido preservar su identidad ante la mirada del intruso. Ella sonrió complacida. Miró el reloj. Había prisa. Él la ayudó a vestirse y alisó el tejido de su toga con la mano. Le pasó los brazos por las axilas y la abrazó. Se aseguró de que no hubiera riesgo y el freno estuviera echado antes de sentarla en la silla de ruedas, luego salió por la puerta de atrás y ocupó su lugar junto a su abogado. A la señora jueza la llevaron a la sala y dio comienzo al juicio por robo de corazones contra el acusado.

 

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