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Javier Sánchez Bernal 

Abandoné el ascensor, rumbo al despacho del Juzgado de Primera Instancia número 4, de lo Mercantil, acelerando el paso para no cruzarme con una vieja conocida, letrada de una entidad bancaria multinacional. La inseguridad se hizo visible en cada gesto, por más que trataba de conservar la calma: en la Facultad no te explican qué significa representar a tu familia cuando sus bienes, sus sueños y sus esperanzas se van a rematar en una subasta privada. El funcionario, de gesto amable, cerró la puerta para preservar la intimidad de los presentes, mientras se cumplían con las formalidades de rigor: poderes, avales, firmas. Me acomodé en una mesa, nervioso, mientras estiraba el tejido de los pantalones de un traje que había comprado para la ocasión. Sonreí, aun a riesgo de pecar de inocente; respiré hondo. El administrador concursal saludó cortésmente a todos y me miró. Sí, estaba preparado para la batalla.

 

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3 comentarios

  • Por muy profesional que se sea, cuando la vida privada invade la profesional, el temor al fracaso se multiplica de forma inevitable. La familia, la suya, ha confiado en este abogado. Él hará todo lo posible para preservar sus intereses y no defraudar esa confianza. El resultado no podemos saber cuál será, pero sí que su actitud es la correcta, y sus sentimientos, muy comprensibles y humanos, además de bien transmitidos en tu relato.
    Un saludo y suerte, Javier

     
    1. ¡Muchas gracias, Ángel!
      Es cierto, y creo que es uno de los desafíos a los que puede enfrentarse un profesional. Porque, en esos casos, ser muy competente o atesorar experiencia puede no ser suficiente…
      Muchas gracias por tu comentario y tus amables palabras.
      Un saludo.