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Ángel Montoro Valverde 

Helado me quedé cuando ella me dejó por un gafapasta cultureta lector de Schopenhauer; ese prusiano para quien la vida era dolor o aburrimiento, alternativas que conmigo tenía de sobra. Buscando respuestas, asisto semanalmente a la consulta de mi cuñado, un “gurú emocional” con olor a incienso, que por trescientos euros la hora se dedica a sentenciar mis actos martirizándome con un glosario de frases como ”no eres héroe por lo que logras; sino por lo que superas”.
El otro día, muy nervioso, requirió mis servicios como abogado ante una inspección tributaria que puso al descubierto su sociedad pantalla, amenazando seriamente su ingente fortuna. Solicité la suspensión cautelar de la deuda empleándome a fondo hasta lograr un acta de conformidad pagadera en cómodos plazos. Desde ese día está reforzando de verdad mi autoestima con un mantra que repite, cabizbajo, cuando me ve: “joder cuñao, joder, gracias”. Y no me cobra.

 

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