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Javier Puchades Sanmartin 

Aquella mañana, me encontraba realizando unas gestiones en el colegio de abogados, cuando vibró mi móvil. Era María Gómez, una testigo crucial en el caso de unos clientes que se habían visto estafados por las clínicas nutricionistas “Silueta Ideal”. Aquel mensaje era un grito desesperado. Literalmente ponía: “No aguanto más. Ya no puedo soportar esta tortura. Tengo que poner fin a esto.”

Tal vez, en esta ocasión, se veía con el agua al cuello y podía cometer cualquier locura. Necesitaba que fuese a declarar al juzgado que aquel método de adelgazamiento era un engaño.

Me dirigí a su domicilio. Al no contestar al timbre, solicité al portero que abriese la puerta y que llamase al 112. Entré. La busqué. La encontré en la cocina y le grité: ¡No lo hagas!

Mantenía fuertemente cogido entre sus manos, frente a su boca, el último trozo de pastel de chocolate, dispuesta a comérselo.

 

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