Imagen de perfilINSOMNIO JUSTIFICADO

Ana María Abad García 

Aquella población era la más vulnerable que había visto jamás y, quizá por eso mismo, la más hermosa en su inocente rusticidad: casas de adobe con techo de paja, calles sin asfaltar, pinceladas de verdor a la vuelta de cada esquina. El empleo de nuestra arma biológica en semejante oasis nunca debió aprobarse y, no obstante, alguien de arriba vio la oportunidad de hacer una prueba con sujetos reales y decidió aprovecharla, aunque ello significara erradicar toda vida humana en aquella humilde y, hasta entonces, feliz aldea.
Cuando los abogados de la empresa se enteraron, pusieron el grito en el cielo: ¡responsabilidad moral, publicidad nefasta, indemnizaciones millonarias! Pero ya era tarde. Del pueblito y sus habitantes sólo quedaba una estela de polvo en el viento del atardecer y el eco de un murmullo apagado en el agua turbia del riachuelo.
Desde ese día, me cuesta conciliar el sueño.

 

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