Conclusiones en dos minutos

ROSA Mª LORENTE GIL · ALICANTE 

Era un poco bruja, tenía la odiosa habilidad de atisbar el fin desastroso de alguno de sus pleitos. Sobre todo, y ésto era fácil, cuando el cliente mostraba una profunda desobediencia y falta de respeto al sistema. Y no es que ella fuera servil y obediente, pero había unos mínimos. Podía, como así hacía, detestar a Gallardón, manifestarse contra las tasas judiciales, enervarse por la lentitud de los plazos y cabrearse cuando algún funcionario le colgaba el teléfono. En ocasiones pasaba del traje y se ponía los vaqueros con lo que se sentía más joven, tarareaba canciones antes de las vistas e imaginaba que la toga le daba superpoderes. Pero siempre dignificaba la profesión con sus costosos y estudiados alegatos, alimento de su indescifrable vocación. Por eso, lo difícil para ella era escuchar de su Señoría: “Letrada, concluya, tiene dos minutos, lo tengo claro…”

 

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