Imagen de perfilLA LEY DEL SILENCIO

Ana Isabel Rodríguez Vázquez 

Asistía a una ponencia en el congreso de la abogacía, cuando recibí una llamada del colegio de mi hijo. La comunicación fue escueta: – Lamentamos informarle de un terrible accidente.
Nico llevaba meses comportándose de forma extraña. Estaba triste y se mostraba esquivo a mis preguntas. Buscaba excusas para no ir a clase, y cuando intentaba debatir sobre el tema, guardaba silencio.
Nunca sospeché que el perverso acuerdo de un grupo de chavales, sus amenazas y vejaciones, convertirían su vida en un infierno. Acosadores y testigos le empujaron a la desesperación.
Supe de sus miedos cuando leí la carta que dejó sobre el alféizar de la ventana.
Ahora soy una madre indignada. Una abogada que lucha para que esas «cosas de chiquillos» se consideren delito. Incluso me permito soñar que el caso de Nico cambie la ley y salve la vida de otros niños.
Para él ya es demasiado tarde.

 

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