Imagen de perfilHistoria de amor

David Villar Cembellín 

Eustaquio Trompeta era el terror de la residencia. Había sido abogado y amenazaba con demandas a cada minuto: demanda si la sopa estaba demasiado caliente, demanda si la almohada demasiado dura, demanda si un día lluvioso le privaba de su paseo matinal. En un mundo, el del asilo, lleno de gruñones, Eustaquio destacaba por gruñón. Cada noche elevaba un pronunciamiento a la insurrección, en sus propias palabras, «a rebelarnos contra la tiranía del paso del tiempo». Cansados de sus querellas imposibles, nadie le hacía mucho caso, salvo, quizá, Margarita Boccini, argentina que había ejercido de jueza en su juventud. Todas las mañanas, así lloviese, Eustaquio dejaba una flor recién cortada sobre su mesilla y había logrado inscribir sus iniciales en el sauce del jardín. Delante de ella, su arrogancia malhumorada tornaba fragilidad. Si había de dirigirle la palabra, vacilante y tímido, Eustaquio bajaba los ojos y pronunciaba: «con la venia».

 

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