LA MAZA
Manuel de la Peña Garrido · MadridUsando una palanca, Arquímedes movía el mundo. Siendo niño, el mediático abogado descubrió que podía manejar voluntades con un palito y sugerentes palabras. Su madre, tras fijar la mirada en las oscilaciones del lápiz, lo felicitó por una gamberrada. En la Facultad, el Ogro, domesticado por el vaivén del bolígrafo, le dio matrícula. Apenas necesitó tres entrevistas con el director del bufete, apodado el Bronceador porque ennegrecía los ánimos del personal, para ser socio: le pidió que se concentrase en el rotulador y lo convirtió en su marioneta. Con el pendular de su pluma, logró la condonación de créditos billonarios, la libertad sin fianza de asesinos en serie, la absolución de caníbales. Pero encontró la horma de su zapato. Los acusadores, los demás defensores, los testigos, los periodistas alucinaron.¡€™En resumen, mi patrocinado es culpable; merece una condena ejemplar?, balbuceó cual autómata. El magistrado, moviendo rítmicamente la maza, sonrió, ladino.