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María Sergia Martín González- towanda 

Precisamente hoy, durante mi confinamiento por coronavirus, ha aparecido en el despacho. Ebrio. Sin mascarilla. Ignorando la propagación del bicho.

—¿Por qué?— pregunta a bocajarro.
—Éramos niños…
—Esto me ha marcado… —dice señalándose la cara.
—Debí detenerlo —intento disculparme—… Era el mayor.
—Delito de lesiones. Código Penal: art. 148. Pena de prisión de tres meses a tres años…

Me enerva cuando aflora el penalista que lleva dentro, pero tiene razón. Desde aquello, odia estar encerrado y para eso tampoco hay vacuna. Le explico que éramos críos jugando a secuestros. Que fue él quien insistió en presionar a nuestros padres para conseguir el rescate y que su amputación pretendía demostrar que íbamos en serio. Le digo que lamento su dolor, pero que estoy muy orgulloso de él, como prueba el rótulo de nuestro bufete. Llora. Sonríe. Nos abrazamos.

Han sido años mudos, pero creo que esta crisis conseguirá salvarnos con palabras.

 

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