La sardina

José Arana Giralt · Madrid 

En esta familia no nos asustamos por un interrogatorio ni ante un tribunal. Ahora nos llueven acusaciones pero nosotros llevamos un buen paraguas. Recuerda la historia que contaba el abuelo: un día, cuando era monaguillo escuchó a un pescador rogándole al cura. Decía que no podían darle tanto pescado, que a ellos no les quedaría nada. El cura se mantenía en silencio. Al ver al hombre salir con lágrimas en los ojos entendió que el cura estaba haciendo algo malo y pensó en contárselo a su padre. Sintió miedo cuando sus ojos se encontraron con los del cura y giró la cabeza esperando una torta. Sin embargo el cura le puso una sardina en la mano, le acarició el pelo y se fue. En ese momento el abuelo se comió la sardina y se olvidó de su padre. Ahora otros comen sardinas y nosotros les acariciamos el pelo.

 

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