Imagen de perfilEL SECRETO MEJOR GUARDADO

Javier Puchades Sanmartin 

La muerte de tía Tere supuso una gran pérdida. Sus sobrinos acudieron como buitres para escuchar la lectura del testamento al despacho del abogado Gutiérrez, que actuaba como albacea. La herencia era muy apetitosa. Todos estaban dispuestos a litigar sin fatiga para obtener el mejor botín.

El abogado fue detallando la asignación del legado de la finada: Cuarenta millones de euros divididos en cuatro partes iguales. El ajuar doméstico y joyas para Anacleta y Anastasia. El palacio y terrenos adyacentes, libres de cargas, en condominio para Remigio y Segismundo.

La cara de los herederos era todo un poema, no parecían felices con lo adjudicado. El albacea prosiguió: Mi bien de más valor, motivo de vuestras únicas visitas cada primer domingo de mes, dispuse en mis últimas voluntades que fuese introducido en mi ataúd e incinerado conmigo para llevármelo al otro mundo. Así, nunca sabréis la receta de mis famosísimas croquetas.

 

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