Imagen de perfilHomicidio imprudente

María Sergia Martín González- towanda 

Todavía recuerdo su mueca de decepción cuando aparecí con aquel tatuaje. Mamá tenía una forma especial de mirar, como si su rostro fuera un oráculo que, precisamente, aquella tarde vaticinaba naufragios. Después, llegó él, severo, intolerante, y todo se precipitó. Un grito, un golpe, ella interponiéndose entre ambos, insultos, y las tijeras de su cesta de costura, donde remataba unas puñetas, en mi mano…

Yo era un muchacho asustado y solo acerté a llamar al tío Ginés, el abogado familiar. Él sabría qué hacer. Me hizo abandonar la casa, trazó mi coartada, preparó la defensa para uno de mis progenitores y el entierro del otro. Qué cobarde resulta la mentira cuando otros la sufren.

Pero, en la vida, todo tiene fecha de caducidad: el yogur, las mentiras…, hasta los rencores. Por eso he decidido acompañarle al cementerio para llevar flores a mamá. Estaría orgullosa de vernos, por fin, en paz.

 

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