Una cliente sospechosa

Carles Monsó Varona · Barcelona 

Llegó a primera hora de la mañana con dos bolsas de supermercado entre manos. Sus gestos eran reposados, casi fantasmales. Quiero una abogada. Nada de hombres, sentenció. Le ofrecí que tomara asiento pero se mantuvo de pie. Encendió un cigarro y me dijo, tranquilamente, que había matado a su marido. No me mire así, sonrió, era una lacra, peor que una marmota. No me lo agradezca. Sólo quiero que suba al estrado y me defienda. Nada más. Las cosas no son tan sencillas, le dije. ¿Usted cree?. Aquí está mi fianza. Y posó una de las bolsas de supermercado sobre la mesa. Y aquí sus honorarios. ¿Acepta el caso? El olor dulce del dinero, como la mermerlada de melocotón, mi preferida, me sonsacó un “sí” precipitado. Así me gusta, sonrió de nuevo. Ah, debe saber otra cosa… También maté a mi anterior abogado.

 

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