El Algarrobico
Ander Balzategi JuldainMe llamaron nada más tener noticia del auto judicial que exigía el derribo del edificio. La sala resolvió que la servidumbre de protección era de cien metros y el enorme complejo de mis clientes apenas distaba veinte metros de la costa. No parecía haber alternativa legal. Las obras estuvieron cuarenta años paralizadas y el desamparo del edificio terminó atrayendo a mis clientes, como atrajo el óxido a las barandillas, los montículos de arena a las terrazas, las cicatrices del sol a las baldosas o el desconchado a las paredes. En fin, que los echaban, y me miraban a mí como si yo pudiese regalarles más tiempo. “Presenta un último recurso, lo que sea”, suplicaban. Yo me mostraba impotente, no se daban cuenta que aún siendo abogado en el fondo no era más que un fantasma, como ellos.
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Un abogado puede ser tabla de salvación y esperanza, la última a la que aferrarse. Es lógico. No solo pueden ayudar a cambiar las cosas, también tienen criterio y sensatez para ver las cosas desde todos los puntos de vista, legales y hasta humanos. El de tu relato es el único consciente de la verdadera situación en la que se encuentran él mismo y sus clientes potenciales.
Buena historia de fantasmas con la realidad como materia prima.
Un saludo y suerte, Ander
Te agradezco el comentario Ángel. Un saludo
¡Qué bueno!
Me alegra que te guste. Muchas gracias
Felicidades, Ander. Una historia cuanto menos curiosa y un final original.
Mi voto y suerte.