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David Villar Cembellín 

Tenía un tatuaje con el símbolo de infinito en la cadera. Los días buenos, cuando la salud lo permitía, recordaba su nombre. Los días malos era un ocho tumbado. Los días malos eran cofres sumergidos. En los días malos no estaba Él. Él se llamaba Aitor, los días buenos estaban llenos de Aitor. Aitor la amaba y ella a Él, los días malos no recordaba esto. Los días malos no tenía acceso a Aitor y se arrastraban indolentes. Aunque Aitor cada vez apareciese menos, estaban ganando terreno los días malos. Pero los días buenos aún lograba escuchar su voz sin edad: «te voy a proteger y vigilar como un ángel custodio, te amaré infinito», había prometido. Por eso ella imprimió ese símbolo sobre su cadera. Ella había sido abogada, trabajaba con letras, poseía un enorme vocabulario, pero no conseguía recordar su nombre. Los días malos sólo era un ocho tumbado.

 

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