Imagen de perfilLa anciana

Raúl Villaseca 

Aquella anciana insistía llamando a la puerta del despacho. Tenía una edad, le calculo, entre los 85 años y la muerte, y dudosa salud. Ella golpeaba la puerta y gritaba mi nombre.
¿Por qué sabría mi nombre? Seguramente las nubes en sus ojos no le habían permitido leer la placa dorada que coronaba mi puerta. Dudando si darle acceso o no, me centré en vigilar su actitud por la cámara de mi telefonillo.
Parecía afable, agotada; fumaba enérgicamente un cigarrillo, y su mirada, a través de la pantalla, helaba mi pulso. Bajé, total, era una señora mayor, dudo que pudiera idear alguna artimaña de la que no me pudiera proteger. De todos modos, el miedo aún se agarraba a mi pecho. Cuando abrí la puerta, mi cuerpo se relajó y mis miedos se fueron. Vi el demonio en sus ojos, y simplemente, recordé que le debía un favor.

 

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3 comentarios

  • Este abogado tenía razones para temer la presencia de esta señora de aspecto turbador. Al comprobar de quien se trata se tranquiliza, ya que lo que más suele inquietarnos es la incertidumbre. Sin embargo, tras la certeza de haber conocido su identidad, tal vez debería de seguir alerta, puede que más aún, ya que hacer pactos con el diablo seguro que tiene una alta contrapartida.
    Un relato que sobrecoge de principio a fin y que merecería una segunda parte, pues nos quedamos con ganas de conocer qué viene a pedir a este letrado.
    Un saludo, Raúl