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sebastian barranco ledo 

El intenso olor del alcanfor me recuerda cuando siendo niño, mi madre preparaba la ropa de abrigo el domingo, justo antes de empezar el curso.

Al acabar la carrera, me regaló una toga de excelente paño. Ese mismo aroma, al abrir la caja, me hizo comprender el sacrificio hecho por una madre soltera para que fuera abogado.

Todavía conservo mi preciado regalo. Aunque hay aparatos de ultrasonidos eficaces contra la polilla, prefiero usar alcanfor. Cuando un caso se pone difícil, recurro a mi antigua toga.

¿Que hay que conseguir la inadmisión como prueba de unos documentos obtenidos irregularmente?

¿Acaso, tirar de la lengua a quien se niega a testificar con claridad?

¿Y si preveo un fallo demasiado severo?

Entonces, mediante sutiles movimientos de la tela, envuelvo la sala como en un hechizo, invocando en los presentes el recuerdo inconsciente de la infancia. Y la justicia, prevalece.

 

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