Imagen de perfilMi viejo profesor

María Antonia Lucas Amate 

Desde mi ventana le veía llegar caminando despacito intentando mantenerse erguido, y le imaginaba renegando del paso del tiempo que le había obligado a encorvarse y de los dolores de huesos que siempre le habían dado guerra. Se sentaba todos los días en el mismo banco del jardín, entre sol y sombra supongo que por temor a constiparse. Muchas veces me imaginaba saludándole, preguntándole si se acordaba de mí, su fiel alumno de la facultad de derecho, pero me avergonzaba contarle mi vida, confesar que no lo había conseguido, que me había torcido como lo había hecho su espalda y que hacía mucho que había traspasado la frontera que separaba lo bueno de lo malo. En la soledad de mi celda, me quedaba quieto contemplándole y soñaba con salir algún día para poder visitarle en el asilo.

 

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