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David Villar Cembellín 

La primera vez que vi a Moussa estaba cuidando un parterre de los jardines del juzgado. Me gustó su gesto ensimismado y la forma que tenía de repasar la tierra. Para otoño ya éramos amigos. Mientras recogía hojas, me contó su viaje desde Mali —«apuesto que no sabrías ubicarlo en el mapa»— y que casi muere al atravesar el Mediterráneo. Moussa relata una pesadilla de naufragio y ser salvado por una ONG española. Entre lágrimas también confiesa que llegó sin visado y que pronto terminará su permiso de residencia temporal. Como abogado, me ofrezco a ayudarle. Juntos damos vueltas por ventanillas administrativas, rellenamos formatos de permisos de trabajo y discutimos con funcionarios que ponen trabas. El proceso es interesante, pero farragoso. Cuando finalmente le notifican que podrá quedarse en España, Moussa coge mi mano y la apoya sobre su pecho. Moussa significa «hijo», dice, y siento latir su corazón.

 

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