Imagen de perfilDías de gloria

Héctor Seco Rovira 

Un hombre y un niño esperaban tras la mesa. Una mujer de blanco abrió la puerta y entró un anciano con una camisa de pliegues marcados bajo una vieja corbata:
—¿Puedo ayudarles? —preguntó el anciano.
—Señor Adánez, necesitamos sus servicios —se apresuró a contestar—, para demandar a una importante cadena de comida. Será muy mediático y sabemos que ha salido victorioso de los últimos casos.
La cara del anciano se iluminó con ojos encendidos de recuerdos.
—El chaval ha sufrido ya dos lavados de estómago, la última convalecencia fue especialmente dura.
—¡Indignante! —exclamó el anciano—. Debemos repudiar con firmeza estos abusos.
Tras una hora charlando, se levantaron y apretaron sus manos. Salió por la misma puerta, acompañado de la mujer.
—¿Tenemos que jugar a abogados siempre que venimos a ver al abuelo?
—Nunca uses ese verbo delante de él —respondió empujándole la cabeza contra su pecho para esconder sus húmedos ojos.

 

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