Imagen de perfilSecreto de confesión

Ander Balzategi Juldain 

Entró en mi despacho precipitadamente. Se sentó ante mí inquieto, con el gesto urgente, y me dijo que además de escucharlo debía proteger su identidad. Me reveló que había vivido casi toda su vida de incógnito, oculto tras un nombre falso pero que ya no podía aguantar más la carga. Se sentía con la obligación de redimirse y miraba hacia la puerta, como si una muchedumbre de fantasmas lo persiguiese.
Había sido el encargado de la seguridad en un campo de concentración nazi, confesó por fin. Se excusó diciendo que nada de lo acontecido fue bajo su responsabilidad. Vivían engañados, la diversidad era enemiga de la raza pura y ésta debía fortalecerse. Fue espeluznante, gimió, y sus ojos brillaron con los desgarros de la culpa.
Luego añadió:
– Ahora que te has hecho abogado puedo contártelo, porque esto es como contárselo a un cura, ¿verdad?
-Sí, abuelo- contesté apenado.

 

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