Imagen de perfilCausa y efecto

Julio Montesinos Barrios 

Un fajo de capciosos beneficios, como el incremento del turismo, bastaron para que la población de la isla diera su apoyo a la instalación de la primera planta desaladora. Autóctonos y foráneos saciarían su sed mientras esquilmaban al mar su esencia.

Como abogado medioambiental y vecino supervisé que la tramitación y montaje de la planta cumpliera con las normas establecidas. Sin embargo, me negué a cooperar cuando se aprobó la instalación de otras cuatro más. La vida marina no soportaría la salinidad generada por los vertidos de la salmuera residual.

El prolífico dinero circulante sirvió para fortalecer la alianza empresa desaladora-isleños. Un momificado muerto en el armario propició mi cambio de chaqueta, entallada forzosamente con las hebras de la solidaridad vecinal.

Pescadores y ecologistas piden ahora mi cabeza, e incluso el mar, ebrio de sal, golpea constantemente mi casa de la playa con inmensas olas de desesperación.

 

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6 comentarios

  • Una de las palabras de moda, sin embargo clave: cortoplacismo, flota en este buen relato. Es fácil dejarse seducir por los beneficios rápidos y generales. Pero todo tiene su contrapartida, a veces de efectos lentos, pero a menudo, también demoledores. Si el mar aún con su capacidad natural de regeneración, queda herido de gravedad por las prácticas humanas, de nada servirán otros provechos, porque todo se desmontará como un castillo de naipes, dando lugar a la peor de las ruinas.
    Todo es tan sencillo y concluyente como el título, una segunda palabra que es consecuencia de la primera, pero siempre es más fácil cerrar los ojos y abrir las manos para llenarlas, sin pensar que pronto pueden quedar letalmente vacías, para nosotros y las generaciones venideras.
    Un relato comprometido y bien contado.
    Un saludo y suerte, Julio

     
    1. Gracias Ángel, tus análisis son magníficos y certeros. Debería establecerse una subcategoría del concurso de microrrelatos relativa a los comentarios. Respecto al cuidado de la naturaleza, el ser humano no valorará lo que ha perdido hasta que la situación sea catastrófica e irreversible.
      Un saludo, Ángel

       
    1. Muchas gracias, Francisco José, por tu comentario. Lo cierto es que tan sólo hace falta vivir una tormenta en condiciones o contemplar la erupción de un volcán para darnos cuenta de lo insignificantes que somos los seres humanos con respecto a la naturaleza. Pero no aprendemos… Un abrazo.