Un mes y dos días
Felicitas García Hernández · SoriaCon paso decidido, el abogado abandonó el edificio de acceso al centro penitenciario.
En su cabeza resonaban las palabras angustiadas del encausado al que defendía:
– ¡ No voy a poder aguantarlo, haz lo que sea pero sácame de aquí !
Los primeros meses privados de libertad, todos los presos compartían esa letanía.
En la calle el calor era asfixiante. Encendió el aire acondicionado en cuanto entró en el coche.
¡ Por fin vacaciones !
Cruzó la verja de hierro y echó un último vistazo a los módulos que formaban la cárcel.
Ya en su dormitorio, preparó el equipaje. Pantalones vaqueros, polos, bañador y zapatillas. Nada de trajes, ni corbatas, ni zapatos relucientes.
Apretó la ropa y consiguió hueco para el neceser, repleto de remedios para conciliar el sueño.
Agosto daba un respiro temporal a sus preocupaciones.
Un mes y dos días de descanso.
El tiempo, a veces, pasa volando.