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Germán Delgado 

El viejo retiró de su boca lo que pensó que sería una gruesa espina del pescado. Observó detenidamente y era otra cosa, un objeto extraño. Tomó agua para tranquilizarse, pero no pudo conservar la calma, pues uno de sus molares parecía fracturado. Molesto, hizo venir al dueño, y amenazó diciéndole que era abogado, que demandaría y haría cerrar el restaurante. El dueño, asustado, aseguró que el pescado era de la pesca del día y ofreció que todo lo que consumiera lo invitaría la casa.
Ahora el jurista parecía feliz; pero el dueño, exagerando su adulación, hizo llamar al chef para que se disculpara por tan grave percance. El cocinero, quien estudiaba derecho, inflando un cachete con su lengua, se defendió obstinadamente frente al abogado, mostrando en su móvil noticias que probaban que la culpa no era suya, sino de las fábricas locales, por el reiterado vertido de plástico al mar.

 

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