Imagen de perfilPOBRE FAMILIA RICA

Margarita del Brezo 

Entra en mi despacho con un llamativo vestido, sandalias de tacón y un cartel enrollado en sus manos de dedos kilométricos que extiende muy lentamente sobre el escritorio mientras aguanta las ganas de llorar. En él, puedo leer, se ofrece una cuantiosa recompensa por el rescate de un joven desaparecido meses atrás cuya foto no le hace justicia. Aun así no cuesta reconocerlo debajo del maquillaje de la mujer que tengo delante. Hay por delante un arduo trabajo, días muy largos y noches en vela, pero al final, ante las pruebas presentadas, el juez solo puede decretar que mi cliente tiene razón. Después del fallo, la familia se resigna a dejar de buscarlo. A cambio, lo desheredan inmediatamente. Y a mí también. Nunca me han perdonado que siempre la haya defendido.

 

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