Imagen de perfilDaños morales

Ignacio Hormigo de la Puerta 

No los demando por los colmillos rotos ni por el calambrazo que casi acaba conmigo, sino por destrozar mis sueños. Yo solo quería alcanzar la gloria, transmitir un legado, que las generaciones venideras pronunciasen mi nombre con veneración, trascender los límites que acotan las aspiraciones de un simple animal. Antes de empezar la carrera, ya sabía que lograría algo épico. Cuando se abrió la compuerta mi cuerpo salió disparado, puro nervio, un latigazo de electricidad flotando a un palmo sobre la pista. La multitud gritaba enloquecida, su clamor era una dulce música en mis oídos. Paulatinamente, iba ganándole centímetros, ya casi la tenía. Finalmente, la alcancé, mi mandíbula se cerró sobre ella. Antes de perder el conocimiento por el shock, noté un sabor a metal y plástico, a liebre falsa, a quimera hecha añicos. La razón está de mi parte, tengo al mejor abogado, los haré pedazos en los tribunales.

 

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2 comentarios

  • Nadie debería jugar con las ilusiones de nadie. Si los animales son considerados seres sintientes según la reciente ley, no debería extrañarnos la frustración y lógica demanda de un galgo de carreras, utilizado para solaz de un público ocioso, un inocente engañado sin ninguna consideración, que también tiene su corazoncito y, por supuesto, sus derechos.
    Un relato bien contado, con la dosis de información justa y potente desenlace final.
    Un saludo y suerte, Ignacio