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María Carmen Caamaño López 

Su señoría tenía una elegancia natural. Entró en la sala flotando como una geisha y bajo la toga asomaron sus piececitos, envueltos en unas sandalias iguales que las de Cenicienta.

Me reprochó mis escarceos delincuenciales con excesiva energía. Se notaba que me había cogido cariño. Ya iba siendo hora. Me había costado varios arrestos, noches en comisaría y algún juicio rápido, pero yo sabía que lo nuestro merecía la pena. Fingió que se enfadaba cuando le dije que no me dejaba alternativa y que todo iría mejor si dejara de rechazarme. Estallaron algunas risas. Mi abogado puso los ojos en blanco y ella venga a dar mazazos y a pedir orden. Qué mujer. “No asequible”. “Fuera de mis posibilidades”. Eso decían todos. Qué sabrán.

Al final me cayeron tres meses. El tiempo justo para renovar mis fuerzas y volver a intentarlo. Si es que está a punto. Se le nota.

 

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