Imagen de perfilVivienda salomónica

Ernesto Ortega garrido 

Vivíamos en un apartamento del casco urbano que compramos a medias. El material con el que intentamos construir la convivencia fue el amor, pero los celos y la desconfianza se instalaron en casa y, ahora, ninguno de los dos quería marcharse de la vivienda ni vendérsela al otro.
Así que, tras largas negociaciones, un juez nos ha obligado a trazar, en una sentencia salomónica, una línea que atraviesa la cocina, dejando dos hornillos a cada lado, continúa por el salón, partiendo la mesa del comedor por la mitad, y finaliza en el dormitorio, dividiendo la cama, y el piso, en dos.
Como ninguno quiere ceder y somos unos resilientes, cada uno cena en su parte de la mesa y duerme en su lado de la cama, sin invadir casi nunca el espacio del otro. Pero, a veces, amanecemos abrazados y, aunque tenemos dos baños, esta mañana nos hemos duchado juntos.

 

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