Imagen de perfilLA VOCACIÓN

María Teresa Fernández Seguí 

Don Ignacio, el dueño de los ultramarinos, siempre quiso ser abogado, pero la guerra desbarató su previsión de futuro condenándole a toda una vida detrás de un mostrador. En sus ratos libres se iba quitando el gusanillo a golpe de películas y libros sobre juicios y letrados, hasta que el indulto le llegó con la jubilación, entonces todos los días se acercaba al juzgado más próximo para presenciar alguna vista pública. Observador minucioso, disfrutaba viendo cómo algunos hábiles defensores no se rendían ante la evidencia de las pruebas y sufría con los torpes intentos de los más novatos. Cuando la suspensión de un juicio le dejaba sin su dosis diaria, se acercaba hasta el colegio de su nieto y juntos volvían a casa, mientras, una vez más, le narraba la historia de aquel joven que quiso ser abogado.

 

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